Azaroso oficio, la política: cuando actúas en conciencia te masacran, y por contra te colman de elogios cuando aparcas tus principios. Tan amarrados viven muchos de nuestros líderes a lo inmediático --palabro que define el efectismo cortoplacista, súbdito de la dictadura audiovisual--, que no reparan en la pugna ideológica, solo en la batalla de la imagen. Sobre todo antes de las elecciones, aunque algunos parecen haber decretado el estado de campaña permanente.

Sirva esta introducción para analizar mejor, sin prejuicios ni maniqueísmo, los errores cometidos en el proceso de paz tanto por Zapatero como por Rajoy. Y también para diagnosticar qué rectificaciones cabe esperar a siniestra... y a diestra.

El presidente, como sus antecesores, se convenció de que el destino le había encomendado la misión de lograr la paz, y por eso despreció el riesgo. Solitario profeta, desoyó a los descreídos apóstoles que le aconsejaban cautela. Inmortal, bajó a los infiernos para engañar al diablo y regresa chamuscado: no vendió su alma, pero dejó su crédito hecho jirones.

Del pecado original solo es culpable a medias. Pecó de imprudente al afrontar el diálogo de ETA sin asegurarse la complicidad de un PP demasiado herido tras su derrota como para prodigar favores. E ignoró que, concertadas, las derechas judicial y mediática tenían en su mano hacer descarrilar el proceso de paz. Pero Rajoy pecó de impaciente al denunciar a diario unas supuestas cesiones del Gobierno a ETA que, rota la tregua, se han demostrado nimias cuando no imaginarias.

Lo curioso es que, tras el 27-M, la amenaza de ETA pone el contador a cero y fuerza un cambio de papeles. El presidente tiene diez meses para perseguir a los etarras con la firmeza que le exigía el PP. Y Rajoy, consciente de que las ofensivas terroristas prestigian al Gobierno que las repele, se afana en exhibir el sentido de Estado que pedía el PSOE. El adalid del diálogo con ETA, en busca de la reelección, se apunta a la mano dura, a riesgo de sobreactuar. Y el látigo de etarras, despojado del disfraz de histrión, sopesa tender la mano al Gobierno para arañar unos votos que algún día le permitan, quién sabe, retomar desde la Moncloa la negociación.