Los mayores capitales de España esperaban apretujados en la sede de la patronal. Parecían clases medias en un día de rebajas o jóvenes abarrotados en un concierto. En la puerta de la CEOE estacionó el Rolls Royce que Franco legó para que los mandatarios extranjeros paseen por Madrid. Y en vez de un hombre de negocios, se bajó el rey de los pobres.

Lula tiene la voz de Richard Burton y el físico de lo que es, un tornero fresador. Ni su rostro ha tomado el color que da el despacho ni sus manos han perdido el ancho del que las usa para trabajar. Tampoco hay manicura en los nueve dedos que le quedan desde que perdió el meñique izquierdo en un accidente laboral, ni rastro de influencia de estilistas en su traje.

Pero no son ésos los encantos que enamoraron ayer al capital. Lula habló ayer para Telefónica, el BBVA, el BSCH, Nexon o Iberdrola con el lenguaje del que vende una esperanza porque tiene un sueño. Les atrapó con su tono suave, de bossa nova . Y les vendió un buen negoció. Antes de irse, pidió permiso para beber agua. Se codea con los poderosos, pero es más persona que presidente.