Existe la creencia, falsa, de que Cataluña ha sido, además de republicana, especialmente hostil a los borbones. No hace falta remitirse a la Guerra de Sucesión para constatar que tanto en el bando de Felipe V como en el de los austracistas había catalanes de pro. Borja García Nieto escribió en enero de 2012 -era entonces presidente del Círculo Ecuestre- un excelente artículo que tituló 1714, ¿buenos y malos catalanes? (La Vanguardia) en el que aseveraba que «esta distinción entre buenos y malos catalanes la arrastramos desde el siglo XVIII. No puedo aceptar -escribía- que mi abuelo Pinós fuese más o menos catalán que mi abuelo Alós. A lo largo de los siglos, los catalanes hemos abrazado causas opuestas según nuestra propia historia y nuestra concepción del modelo social (…) Cataluña ni ganó ni perdió las guerras. Los catalanes las ganamos o perdimos estando en un lado y en otro». Cataluña no fue de don Carlos y estuvo contra el Borbón francés. Hubo de todo como en botica y nadie puede tomar el nombre de la comunidad para encadenarla a una causa global y unánime.

Vaya el preámbulo anterior para desmentir que el rey Felipe VI -como su padre- no disponga en Cataluña de adhesión y de respeto. El mismo que ambos han mostrado al Principado y en particular el actual Jefe del Estado que este domingo próximo estará de nuevo en Barcelona en la cena de bienvenida al Mobile World Congress que se inaugurará con su presencia el lunes. Este es un evento de dimensión occidental. El Rey apoya que Barcelona siga siendo su sede, como lo hace el Gobierno y la opinión pública sensata del conjunto de España, entre otras razones porque el MWC no tiene alternativa a la Ciudad Condal en España. Si pierde Barcelona, perdemos todos.

El Monarca regresa después de seis meses de ausencia. El 26 de agosto del pasado año Felipe VI acudió -cosa inédita en un Jefe de Estado- a la manifestación que se celebró en Barcelona contra los atentados terroristas de La Rambla y Cambrils del 17 y 18 de agosto anterior. El Rey fue emboscado y tratado indignamente por el independentismo. Se trató de una encerrona que, además, desposeyó a la manifestación de su significación. Política y éticamente se produjeron comportamientos miserables. La vuelta del Rey a la Ciudad Condal se produce también tras su intervención el día 3 de octubre de 2017 en la que llamó a los poderes del Estado a restablecer el orden constitucional. En Cataluña mayoritariamente no gustó la severa admonición del Rey que no hizo -como algunos hubiesen deseado- ningún guiño a la concordia o la negociación y el diálogo. Una omisión que respondió a razones de Estado de gran alcance que se explicarán con una cierta perspectiva histórica.

Las posiciones respecto del discurso de Felipe VI, podrían representarlas Fernando Savater -una voz con más fuerza cada día en la intelectualidad española y muy presente en los medios- e Ignasi Guardans Cambó, un catalán sin veleidades secesionistas pero que ha apostado por la tercera vía. Para el filósofo donostiarra (Contra el separatismo, Editorial Ariel, 2017), el Rey acertó plenamente al no pronunciar la palabra diálogo. El nieto de Cambó pedía el pasado día 10 de febrero en el diario El País que el Rey «nos lo ponga más fácil». Se refería a que el Jefe del Estado tratase de ser empático incluso para los más renuentes para mejor explicar España. Aunque Guardans hacía una referencia general, latía en su texto la impresión -negativa- que en Cataluña dejó el discurso del 3 de octubre pasado, por completo opuesta al criterio favorable de la inmensa mayoría de los españoles de fuera de la comunidad, que lo celebraron. Felipe VI, por eso, no encontrará un clima en exceso acogedor. Hace solo unos días su Casa no ha podido reservar el auditorio municipal de Gerona para entregar en junio los premios que llevan el título principesco de la ciudad, atribuido a la heredera de la Corona. Renuencia. Hostilidad.

Príncipe de Girona

En el muy reciente libro ¿Seré yo español? (Editorial Península) que recoge 110 artículos de Agustí Calvet, Gaziel, publicados en el diario madrileño El Sol entre 1925 y 1930, tres están dedicados a los Reyes en Cataluña. En el tercero relata los últimos días de la visita en 1860 de la Reina Isabel II, acompañada del príncipe de Asturias, luego Alfonso XII. Gaziel cuenta, basándose en documentos de la época, cómo fue el poeta Antonio de Bofarull el que pidió a la Reina (páginas 113 y 114) que su hijo llevase el título, además de príncipe de Asturias, el de Girona, porque Isabel II ceñía, recordó Bofarull, dos Coronas: la de Castilla y la de Aragón. Desde entonces el heredero/a es príncipe de Asturias y de Girona porque los catalanes en el siglo XIX así lo pidieron expresamente.

Que ahora se regatee a la Fundación Princesa de Girona un local en la ciudad para entregar sus premios anuales y que algunas personalidades se hayan retirado del patronato ilustra hasta qué punto de desquiciamiento han llegado las cosas. Felipe VI, sin embargo, persiste en su función institucional -ha visitado 26 veces Cataluña desde su proclamación- y no existe la más mínima voluntad de disminuir su presencia en el desenvolvimiento de la vida social, cultural, económica y política del Principado. Lo hace por responsabilidad y por afecto. Un mensaje que se reitera, aún en los peores momentos, por los portavoces de su Casa. Y que el propio Rey manifiesta privadamente y de forma constante.