Una hilera interminable de coches peregrinó ayer hacia Foronda (Vitoria) para celebrar el día del partido, una romería donde cien mil hijos del PNV acudieron a alimentar el cuerpo y el alma. Para lo primero, el nacionalismo vasco combina con destreza la ideología y el puchero. Decenas de casetas garantizan pitanza para una cuchipanda de horas. El propio Arzalluz recurre a una nutritiva metáfora sobre la involución autonómica: "Dejarán la cáscara, pero se chuparán el huevo".

Pero también hay que alimentar el espíritu. Y para eso no bastan esas pegatinas con frases tan rupestres como "nos quieren joder, pero tenemos un plan". Es más elevado acudir a la caseta de Sabino Arana. Igual que en el palacio de Topkapi de Estambul se veneran pelos de la barba de Mahoma, en este santuario se contemplan, en sus urnas de cristal, los cachivaches de Sabino, fundador del PNV. Su pitillera, la boquilla para el tabaco, las llaves de su caja mortuoria o el crucifijo de su casa de Sukarrieta. Mientras contempla las reliquias, un hombre comenta a su esposa: "Ahora dicen que era racista, ¡racista!, en aquellos tiempos todo el mundo era racista, ¿qué te crees que hacían los españoles en Cuba?". ¿Libar huevos?