La picota forma parte de nuestro imaginario histórico artístico. Se trataba de una columna de piedra labrada, situada a la entrada de los pueblos, en la que se exponían los reos a la vergüenza pública. Una mínima dosis de ilustración sustituyó este artificio por el traslado de los reos en cuerdas de presos, atravesando los pueblos hasta que llegaban a su destino. Con los tiempos modernos se reemplazó por el tren y la pareja de la Guardia Civil y, recientemente, por el furgón policial.

La entrada en los juzgados de los detenidos es un acto cotidiano que pasa desapercibida para los medios de comunicación. La atención varía cuando al implicado o implicados se les imputa un hecho de impacto mediático. Son los medios los que gradúan la intensidad de su atención.

Organizar el traslado de los detenidos desde el furgón policial hasta los juzgados no debe ser un acto de exhibición pública. De hecho, en la Audiencia Nacional los furgones entran en el garaje y se sustraen los detenidos a los focos de las cámaras.

En aquellos casos en que no exista posibilidad de acceder discretamente al juzgado, hay que evitar la exhibición del sospechoso. Algunos optan por taparse el rostro. La decisión debe ser ponderada. La peligrosidad o violencia previsible del detenido aconseja su inmovilización. En Francia procuran evitar la imagen de las esposas. En EEUU inmovilizan a los detenidos. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos muestra su prevención ante la publicación de imágenes de sospechosos.

Ahora bien, la ley es igual para todos y este debate debió plantearse en otras circunstancias. Nadie puede reclamar privilegios. En todo caso, lo importante son los hechos, y no las peripecias que rodean a los sospechosos. La dignidad de la persona es el fundamento de la convivencia y un valor cultural que todos debemos asumir.