El líder del PP, Mariano Rajoy, ha acabado por hacer "una visita en positivo" a Melilla con la que, según se vio obligado a asegurar, no pretendía polemizar con nadie. Trató de evitar, de ese modo, que nadie pensara que había ido allí a avivar el fuego de un conflicto con Marruecos, que no parece haber cicatrizado aún. Es evidente que al jefe de la oposición le asiste el derecho absoluto de viajar a cualquier parte del territorio español, incluidas Ceuta y Melilla. Faltaría más. Lo preocupante es que haya que remarcarlo para poder decir a continuación que la fecha buscada para viajar a esta ciudad no ha sido la más acertada. Ni aunque coincida con la celebración del 513 aniversario de la españolidad de Melilla que, la verdad, no parece un aniversario tan redondo como para que su presencia fuera imprescindible. Menos aún si va la víspera de la conmemoración, como hizo.

La inoportunidad viene dada por los precedentes recientes. Porque esta visita se produce cuando aún no han pasado más de tres semanas desde que el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, fuera recibido en Rabat por el rey Mohamed VI, y diera por cerrado el conflicto generado en la valla fronteriza el pasado mes de agosto. Una herida que aún parece estar supurando, vista la reacción del primer ministro marroquí, Abbas El Fassi, que el miércoles consideró el viaje de Rajoy como una provocación y un ataque a la dignidad de Marruecos. Es evidente, que la reacción de El Fassi es tan desproporcionada como indicativa de la hipersensibilidad de las autoridades marroquís y, por tanto, de lo delicado del estado en que se encuentran aún las relaciones bilaterales tras la recaída de este verano.

Claro que, no hay que olvidar que la presencia de Rajoy en la ciudad española tiene también el precedente del viaje relámpago que realizó el expresidente José María Aznar el 18 de agosto y que no solo molestó al Gobierno español --al que no había avisado previamente de su desplazamiento-- sino que contribuyó a complicar un poco más las cosas con el más difícil de los vecinos.

Quizá por eso Rajoy optó ayer por lo mejor que podía hacer en una circunstancia como esta: templar gaitas. Y es de agradecer que lo hiciera. No solo con sus declaraciones sino también evitando visitar la valla de la discordia. De hecho, si estuvo hace tan solo tres meses en Melilla sin que hubiera la más mínima protesta marroquí y esta vez la ha habido, no puede ser más que por los acontecimientos aún tan cercanos. Es probable también que Rajoy haya adoptado esta actitud en su inoportuna visita para no herir más susceptibilidades ante la proximidad del encuentro que mantendrá en Nueva York José Luis Rodríguez Zapatero con Mohamed VI.