La guerra sucia contra ETA, según dijo ayer José Barrionuevo, es "agua pasada". Manuel Fraga aconsejó hablar poco o nada sobre la cuestión, más o menos en una adaptación de un refrán de su tierra: "Hai que saber disimular o que non se pode remediar". Pero, caray, resulta que uno de los episodios más siniestros de la reciente historia de España acaba de ser puesto de nuevo sobre la mesa no por Pedro J. Ramírez, empecinado durante años en ser el Grigori Perelman de la álgebra política española capaz de despejar la incógnita de la X del GAL cual conjetura de Poincaré, sino por el propio Felipe González. Lo dicho: caray.

El expresidente rememoraba anteayer, en una entrevista con Juan José Millás, una casi cinematográfica escena de hace 20 años, cuando entró en su despacho alguien de quien prefirió no dar el nombre y le propuso dinamitar a la cúpula de ETA reunida en un chalecito de Francia.

Es cierto que hace 20 años la disputa política en España no era muy distinta de la actual, goyesca, es decir, dos tipos enterrados hasta las rodillas con un garrote en la mano, pero 20 años es realmente mucho tiempo. Tan fuerte fue en su día la bofetada que supuso descubrir la cara oscura del primer Gobierno de izquierdas desde el fin de la dictadura que los principales acusados, los propios socialistas, se apresuraron a recuperar de las hemerotecas viejos editoriales de prensa en los que, según interpretaban, el propio Ramírez había sido un pionero en invitar a desbrozar la senda de la guerra sucia. Queda en cualquier caso todo tan lejos que hasta le viene bien a la época un párrafo de Cien años de soledad: "El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para nombrarlas había que señalarlas con el dedo".

En los últimos y agónicos años del felipismo hubo que señalar tan a menudo con el dedo que, al final, fue mejor ponerle un nombre a cada caso de corrupción, a cada escándalo. Pero todo ese diccionario permanecía en desuso hasta que..., no, no se equivoquen, no hasta que González lo desempolvó el pasado domingo, sino hasta que el PP intuyó, ya hace meses, que Rubalcaba era el mejor activo de Zapatero. Hace dos semanas, en la primera sesión de Rubalcaba como vicepresidente, el Congreso, por boca de lo más ultramontano del PP, pareció retroceder 20 años. La actitud del PP no extraña. Lo singular es que hace 20 años González decidiera no hacer volar por los aires a toda la cúpula de ETA y, ahora, parafraseándole, decida liquidar a Zapatero en vez de aplicarse su propia receta y recordar que no es más que "un jarrón chino que estorba" se ponga donde se ponga.