Durante la reunión de ayer del comité ejecutivo del PP, nadie alzó la voz para discutir la estrategia que ha adoptado Mariano Rajoy ante la crisis del partido en Madrid. No hubo críticas; tampoco elogios. El tema que a todos preocupaba, significativamente, no fue objeto debate. Sí lo fue extramuros, una vez finalizado el encuentro. Desde el anonimato, por temor a caer en desgracia, varios dirigentes populares lamentaron que Rajoy no aproveche este conflicto para hacer valer su autoridad.

Los cargos del PP consultados por este diario, en su mayoría veteranos en la dirección, estaban acostumbrados a la férrea cohesión interna impuesta durante 14 años por el expresidente José María Aznar. Sin caer en la añoranza, muchos recuerdan que Aznar ha dejado en herencia a su sucesor un partido unido como jamás lo había estado la derecha española. Y esperan, lógicamente, que Rajoy no dilapide tan valioso legado.

SIN EL IMPETU NECESARIO Del nuevo presidente del partido elogian su talante dialogante y conciliador, su disposición a escuchar las opiniones de todos en vez de imponer la suya. Pero critican que, cuando las circunstancias así lo exigen, carezca del ímpetu necesario para poner coto a los focos de división interna. O, lo que a veces es lo mismo, para neutralizar a quienes intentan echarle un pulso.

"Lo de Alberto Ruiz-Gallardón es un órdago, está claro, pero todos sabemos que va de farol porque en el partido nadie le quiere y no tiene ninguna opción de ganar el congreso. Si le hubiese parado los pies, Rajoy se habría ganado el respeto de todos", razona un cargo del PP ajeno al comité de dirección.

En opinión de éste y otros miembros de la dirección, era un secreto a voces que entre Gallardón y Aguirre iban a saltar las chispas. Por eso creen que Rajoy debió haberles sentado en una misma mesa hasta que cerrasen un acuerdo.

Algunos temen que el episodio de Madrid sea el presagio de una nueva etapa de división interna. Una era tan convulsa como la que vivió el PP hasta principios de los 90.