Muchos acusados se disculpan de ser terroristas aduciendo que eran traficantes de drogas, que informaron a la policía y no se hizo nada, que no traficaban con armas porque compraban hachís al amparo de las fuerzas de seguridad, que guardaban 500 pastillas, que tenían detonadores en el cajón de la droga.

Supongo que la policía se querellará contra José Emilio Suárez Trashorras y Rafá Zuhier. Supongo que reconocer la compra de 80 kilos de hachís acarreará una condena. Supongo que si un policía recibe una muestra de explosivo y el aviso del confidente y no detiene al suministrador, debería estar en la urna de cristal. Y espero que cuando declare no se quede en una declaración sin consecuencias, para él o para Zuhier.

Supongo que si lo declarado es mentira serán acusados por injurias. Supongo que si Trashorras, que está condenado ya por tráfico de explosivos ha vendido drogas, perderá todo beneficio penitenciario. Supongo que a todos se les acusará de los delitos que admiten. Supongo que la policía se preguntará si la selección de confidentes puede ser mejorable.

Supongo que se explicará por qué una muestra de explosivo, un confidente y el nombre de un vendedor no han podido impedir que volaran por los aires los sueños de esos que suben las escaleras del tribunal, de los que no pueden ir porque se les encoge el corazón y de aquellos a los que el reparto de pases dejó viendo el juicio por la tele. Todo esto me parece lo normal, pero no soy abogado, ni juez, ni policía. Y no lo supongo. Estoy seguro.