El lunes, en Tengo una pregunta para usted , fuimos espectadores de la realidad cruda y hablada de una España moderna, aunque desconcertada. Zapatero dijo que la economía no es solo dinero, sino que es también "un estado de ánimo". Como la política.

Animo no le faltó, al presidente. Pero, si bien es cierto que el optimismo es contagioso, también lo es --y más-- el pesimismo. El tono bajo, desconfiado, escéptico y crítico de los ciudadanos flotó en el ambiente y Zapatero tuvo que coger el toro por los cuernos. Sus manos gesticulaban, con los puños cerrados, como si tratara de asir las astas... de la crisis. Intentó transmitir la energía para combatir el desánimo "juntos". Razón no le falta al afirmar que sin un "nosotros" esperanzador no hay un "yo" posible.

El presidente pagó la penitencia de su optimismo antropológico. Asumió sus errores, aunque trató de liberarlos del engaño y la mentira. Quizá no se le notó suficientemente cómodo. Jugó a no perder, con respuestas más respetuosas y pedagógicas que convincentes, y no ganó claramente.

La humildad forzada que controlaba sus gestos y sus afirmaciones le ayudó a ser próximo, aunque no sorprendió ni se reconoció en él al ZP desafiante. Varias personas juzgaron su facilidad de oratoria como una coraza de superficie escurridiza más que como una virtud política o personal. Se detecta una cierta prevención ciudadana ante sus encantos. Si bien todo se puede decir con una sonrisa, esta ya no resulta suficiente cuando se esperan respuestas.

Las preguntas eran para Zapatero, pero se juzgaba, también, la capacidad de la política como instrumento de hacer posible lo necesario e inaplazable. El éxito de audiencia podría interpretarse como un buen indicador para él, aunque en realidad lo sea más para la política. La confianza y el interés que la ciudadanía tiene todavía, a pesar de la crisis, en las respuestas y soluciones políticas, es un dato muy positivo. Zapatero estuvo mejor que ZP. Es tiempo de gobernantes, no de espadachines del verbo. (*) Asesor de comunicación