28 de junio del 2001. Ese es el día en el que cambiaron las vidas de Sandra Hidalgo y Daniel Muñoz. Ella tenía 20 años y él 23, eran novios y de camino a la facultad de Derecho, donde ambos estudiaban, la barbarie de la banda terrorista ETA irrumpió en sus destinos. Fue con una bomba colocada en una bicicleta que explosionó al paso del coche del general Justo Oreja, que falleció en el atentado. "De ese día lo recordamos absolutamente todo", aseguró Sandra sin poder contener la emoción y que sus ojos se llenen de lágrimas. "Aunque intentas olvidar es como un mal sueño", añadió Daniel. Ella dejó su carrera aparcada durante dos años y regresó a su pueblo natal, la localidad pacense de Valdivia. Les costó recomponerse y empezar de nuevo. El atentado les ha hecho "aprender a vivir más deprisa", reconoce Sandra.

Ayer, acompañados por su hija Sara, de 18 meses, recibieron dos de las 23 condecoraciones de reconocimiento a las víctimas del terrorismo del ETA, el GRAPO y los grupos fundamentalistas islámicos concedidas por el Ministerio del Interior, seis grandes cruces a título póstumo y 17 encomiendas, en un acto en la Delegación del Gobierno en Badajoz que reunió a representantes de todas las instituciones.

Jorge González Expósito tenía 9 años cuando un coche-bomba colocado por ETA en la casa cuartel de Zaragoza causó la muerte a once personas e hirió a otras 30 la madrugada del 11 de diciembre de 1987. La explosión provocó que se hundieran las tres plantas del edificio y que la mayoría de sus ocupantes quedaran atrapados entre los escombros. Su padre, el guardia civil José Miguel González Molina --fallecido hace 3 años--, su madre María José Expósito y sus hermanos Javier y María, entonces con 4 y 1 año, estaban con él. No sufrieron lesiones físicas, pero a pesar de su corta edad no han podido olvidar lo que les tocó vivir.

Ayer, tras más de dos décadas, recibieron sus condecoraciones. "Mi padre luchó mucho por este reconocimiento pero, por desgracia, no lo ha podido ver", lamentó Jorge. Su hermana pequeña, Ana, que aún no había nacido cuando el atentado, recogió la distinción a título póstumo de su padre. "Lo importante es que se reconozca, que no se olvide y que esto no sea algo puntual, sino que sirva para luchar contra esta lacra".

Para Natividad Astudillo, herida de gravedad en el atentado de ETA en la cafetería Rolando de Madrid en 1974, este reconocimiento no sirve de cicatrizante para las secuelas psicológicas que el terrorismo dejó en su vida, pero sí reconoció que este homenaje reconforta su corazón al sentir el afecto y la atención que no obtuvo hace más de 35 años. "Esto es muy importante porque necesitamos mucho apoyo y mucha ayuda", recalcó.

Las grandes cruces a título póstumo se concedieron a Higinio Rico, Angel Hernández, Domingo Javier García, Antonio Lancharro, Carmelo Bella y Baudilia Duque, asesinados entre 1979 y 1991. Los momentos más emotivos se vivieron cuando sus familiares recogieron las medallas. Ascensión Corrales, viuda de Domingo García, un empresario de hostelería asesinado, cuando solo tenía 30 años, en su cafetería de Gexto por dos pistoleros de ETA en 1982, no pudo reprimir las lágrimas y fue consolada por el presidente de la Asociación Extremeña de Víctimas del Terrorismo, Santiago Moriche.

Juan Carretero, José Manuel Collado, Pedro Mateos, Angel Fernández, José Luis Vergel, José Clemente, Juan Antonio Valadés, Juan José Gil y Roberto Rubio, además de las familias Molina Expósito, Muñoz Hidalgo y Natividad Astudillo fueron reconocidos con encomiendas.

El acto, que se abrió y cerró con música de violonchelo, estuvo presidido por la delegada del Gobierno, Carmen Pereira, el alcalde de Badajoz, Miguel Celdrán, la vicepresidenta de la Junta, Dolores Pallero, el director de Apoyo a las Víctimas del Terrorismo, José Manuel Rodríguez Uribes, y la presidenta de las Juntas Generales de Guipúzcoa, Rafaela Romero.

Uribes destacó que el homenaje a las víctimas sirve para reconocer su sacrificio y mostrar "el rostro humano del daño irreparable del terrorismo", que es de contribuir "a deslegitimarlo y a dejarlo desnudo en su irracionalidad". Pereira coincidió en que no es posible combatir el terrorismo sin mantener viva la memoria de las víctimas. "Recordar es un acto de respeto, justicia y dignidad, pero también de superar el dolor y sentar las bases de un mañana mejor", dijo.