Extremadura ha hecho hoy justicia, o al menos lo ha intentado, con las víctimas del accidente laboral ocurrido en 1965 en las obras de construcción de la presa de Torrejón el Rubio, en el que oficialmente hubo 54 víctimas mortales, aunque se estima que fueron más de 100 las fallecidas o desaparecidas.

Los hechos se remontan a 1959, cuando comenzaron a construirse las presas del Tiétar y del Tajo, situadas a 50 metros de distancia la una de la otra.

Su objetivo era el aprovechamiento de las aguas el río Tajo y uno de sus afluentes, el Tiétar, mediante el trasvase, desde ambos ríos a través de un túnel, hacia una única central hidroeléctrica generadora de energía eléctrica.

Las presas eran construidas para Hidroeléctrica Española por la empresa Agromán y en ella trabajaban más de 4.000 obreros, en su mayoría procedentes de los pueblos limítrofes, como Trujillo, Jaraicejo, Monroy, Serradilla, Arroyo de la Luz, Almaraz o Malpartida de Plasencia, entre otros.

El día 22 de octubre de 1965, a primera hora de la mañana, uno de los aliviaderos no resistió la presión, cedió la rejilla de una compuerta del mismo y se inundó el túnel o canal que unía ambas presas.

El agua se precipitó con gran fuerza sobre el lecho seco del río y se llevó por delante a todas las personas que trabajaban en el túnel y canales.

En el año que se cumple el cincuenta aniversario de la mayor tragedia ocurrida en la región, la localidad cacereña de Malpartida de Plasencia ha querido saldar cuentas con su historia y ha instalado un monolito y una estatua, obra del escultor placentino Jesús de la Luz Ceballos, para recordar a las víctimas.

Al acto, además de representantes políticos, han acudido numerosos familiares de las víctimas, como Manuel, que tenía doce años cuando su padre, José Pérez López, natural de Jaén, se había incorporado a la obra en junio de 1965.

Se encontraba, aquel fatídico día, a unos cien metros de la compuerta que cedió, por lo que el primer golpe de agua se lo llevó por delante sin salvación posible.

"Yo estaba en la escuela del poblado y cuando escuchamos la sirena, el maestro nos dijo que teníamos que ir a la colina, y allí estuvimos diez horas esperando noticias, siempre con la esperanza de ver a parecer a nuestro padre", ha señalado.

Manuel asegura no tener ningún reproche hacia la empresa constructora de "un pantano que parece que está maldito", ya que, a su juicio, se portó "bien" con los hijos de los afectados.

"A nosotros nos ayudó bastante y, a pesar de la tragedia, salimos adelante", ha indicado Manuel, que vive en Madrid, pero que cada año visita en el cementerio de Toril a los que se supone son los restos de su padre, "porque nunca podremos estar seguros de si realmente es él".

Algo parecido le ocurre a Claudia, hija de Ricardo Moreno Bejarano, que falleció a los 30 años.

"Siempre nos preguntamos si la persona que está enterrada en Aliseda es realmente mi padre, ya que su cadáver tardó siete días en aparecer y, aunque mi abuelo reconoció el reloj que llevaba, a mi madre le entregaron un féretro completamente precintado", ha detallado.

Claudia ha agradecido el homenaje, pero es de la que piensa que así se hace justicia "a medias".

"No se hará justicia con mi padre y con el resto de víctimas hasta el día que alguien diga que el accidente del salto de Torrejón se produjo por una negligencia que se pudo evitar. Ese día, si ocurre, todos los familiares tendremos paz y tranquilidad de verdad", ha aseverado.

Uno de los representantes políticos que ha acudido al acto ha sido el presidente extremeño, José Antonio Monago, quien ha destacado la importancia de aprender de las tragedias que suceden "por justicia a las víctimas y a sus familias, que no se merecen caer en el olvido".

"El 22 de octubre de 1965 es una fecha que a ningún extremeño jamás se nos olvidará, ni siquiera a quienes aún no habíamos nacido aquel año", ha asegurado Monago, quien ha señalado que "ese día podríamos considerarlo como uno de los más tristes de la historia de Extremadura".