Miguel Murillo vela armas. Su versión de La paz de Aristófanes inaugura el Festival de Mérida 2003 el próximo miércoles. "Cuando me encargaron hacer esta versión no sabía cómo hincarle el diente, pero he aprendido que esos problemas se solucionan estudiando mucho y fue Miguel de Cervantes quien me llevó de la mano y me dijo por dónde tenía que ir".

Miguel Murillo, desde su despacho en el teatro López de Ayala, remeda a su tocayo genial y nos lleva también de la mano por los rincones de su ciudad, por las esquinas secretas de una Badajoz convertida en trasunto de una España, de una vida.

Su infancia son recuerdos...

-- Mi generación tenía que divertirse en la calle. El primer televisor lo veo en la calle, con mis narices pegadas a un escaparate donde se veía una nube que era una alegoría de aquella España del año 60. En medio de la nube surgían unas señoras con pololos vestidas de coros y danzas que hacían cuatro bailes. Se iba la imagen otra vez y de repente salía un cura y una chica muy guapa que luego me he enterado de que era Laura Valenzuela y cuya belleza dura lo que la dictadura. Entonces veías la tele mirando de fuera hacia dentro. Ahora los niños miran desde dentro hacia fuera porque dicen que la calle es un sitio peligrosísimo. Recorríamos la ciudad de un lado para otro descubriendo pasadizos en las murallas, covachas, el río Guadiana, las calles del casco antiguo, que eran muy sensuales y te educaban en los olores: el espliego, el laurel, el guiso de las aceitunas machadas, el potaje de los fogones... Las casas estaban abiertas y entrabas a pedir agua: bien te la daban, bien te pegaban un escobazo. La luz de entonces no era la luz de ahora, los balcones con los geranios, las pescaderías olían a pescado y las carnicerías, a carne. Había expendidurías de carne de caballo. Mi abuelo era general de caballería y me parecía extrañísimo que se comieran los caballos en filetes. La ciudad era una selva encantada.

MATRIMONIOS DESAPARTADOS

Una selva de historias.

-- Como no teníamos series y ninguna marca venía a patrocinarnos las historias, pues nos las patrocinábamos nosotros e íbamos a quienes nos sabían contar historias sotto voce de la guerra civil y de lo que después vino, las historias de los matrimonios desapartados, que eran muy curiosas y muy raras, que no entendíamos, pero nos parecían muy interesantes.

El abuelo general... No todos los niños tienen un abuelo general.

-- Mi abuelo era muy austero, muy recto, incluso se apellidaba Seco. Ideológicamente mi familia era de derechas, pero también notabas una crítica a determinados aspectos del régimen. En casa había una foto de mi abuelo de teniente al lado de Franco, que también era teniente en ese momento. Habían sido heridos en la misma batalla en la guerra de Marruecos y se carteaban, pero eso de que Franco fuera poderosísimo y estuviera casado con aquella señora a la que mi familia conocía de Oviedo y de Galicia, pues había esas cosas de decir que Franco valía mucho pero su señora no valía nada. Mi abuelo admiraba a militares republicanos y a otros militares franquistas a quienes admiraba mucho más que al propio Franco. No era todo monolítico. La familia de mi padre también era de derechas de toda la vida. No tuve una educación en valores de la izquierda.

Pero usted cambia.

-- Ya de pequeño no entendía algunos usos y costumbres que existían sobre el servicio doméstico. Mi primer destino como maestro fue debajo del puente nuevo, donde en una antigua churrería daba clase a 50 niños de la barriada de Las Moreras. Llegaban las madres y me pedían para el pan del día. Llegaban las señoras de buena familia a poner carteles del Domund y yo lo prohibía porque los niños de las fotos estaban más nutridos que mis alumnos. El obispo me quiso abrir un expediente porque los niños no se sabían las oraciones, pero no me preguntaba por sus necesidades básicas. Todo aquello fue un bofetón en la cara.Ver más