Fernando Llanos dejó de trabajar en su explotación de maíz hace tres años. "Se juntaron varias cosas: que ya llevaba muchos años, que mis hijos habían acabado de estudiar y no querían campo....", explica. Ubicada en las cercanías de Miajadas y con 25 hectáreas de superficie --que actualmente siguen sembrando dos arrendatarios--, la gestionaba desde 1993, aunque, añade, él llevaba toda la vida vinculado a la agricultura. Ahora, a punto de cumplir 61, para nada se arrepiente de la decisión que tomó: "Estoy disfrutando de mi nieta, ya que no pude disfrutar de mis hijos. Antes era otra vida, salías de casa temprano, cuando no se veía, y volvías de noche, cuando estaban ya acostados", rememora.

Fernando no ve fácil el futuro del campo en su zona. "El girasol y el maíz no dejan dinero ninguno, y el tomate, que es el que te quedaba algo, ya parece que este año no se ve muy claro". Por eso, apunta, son cada vez más los profesionales que, cuando pueden, se acogen a la retirada voluntaria de parte de su superficie. Lamenta que la especulación impida conocer al agricultor qué precios va a percibir por su cosecha, por lo que la viabilidad acaba dependiendo de las ayudas. "Nunca sabes cómo vas a terminar la campaña". "Al final tienes que acabar sembrando lo que te digan", señala, y pone un ejemplo: "El año pasado el maíz cubrió costos escasamente y este estaban los almacenes llenos. Por eso, aquí no se ha sembrado casi ninguno, y ahora resulta que se está pagando a unos precios estupendos".