Llega un señor con un maletín a un pueblo y se planta en el consistorio. Saca del maletín un folio y firma con tinta china, el munícipe por antonomasia se levanta, firma también y le cede el bastón de mando. El señor del maletín se sienta en el trono y ordena un café al ujier, el plano de la villa y un taladro para quitar un cartel con las vocales "i" y "u". El color del hueco dejado será azul con una gaviota blanca. Habemus corpore in alcaldía. Así se criban los designios en ciertos pueblos. Alcántara se convierte en el paradigma de las alternancias. Los vecinos son actores de reparto donde los votos se cambian por chapas de cerveza. Este pueblo cacereño tiene un majestuoso puente romano y un maravilloso conventual, el de San Benito, que convierte a esta esquina de la región en un enclave digno de elogio. Alcántara tiene un mudo que habla, un bar, el antiguo Sevilla, con el bonachón de Ignacio tras la barra que hace las delicias de los parroquianos y un origen árabe que se refleja en el nombre y en los asaltos con gumía del ayuntamiento.

Una de las salvas de este pacto entre el PP e IU consiste en decir que en los pueblos no se considera si una política es de izquierdas o de derechas, sino si es efectiva. Y efectivamente, un votante considerará absurdo votar a un partido de una ideología determinada. La cosa funciona, el pueblo sigue su involución. Saludar sigue costando caro, levantar aceras y dejarlas como trincheras durante largo tiempo son efectivas, suponemos que para las arcas del consistorio. Pero no confundamos, como decía el filósofo Michelangelo Bovero , la alternancia política con el cambio de cromos.

El señor del maletín se acomoda en su sillón, se relaja y se acuerda de los 1231 habitantes que ejercieron su voto. Se levanta y se asoma por el ventanal que da a la plaza de España, y de una carcajada hace retumbar los dedos pantocráticos de San Benito. El 43,96% (535) de los votos del PSOE hundidos en la represa. A los que votaron a IU, el 9,78% (119) y al PP, el 30,16% (367), ya les da igual el color de la papeleta y la forma de la urna, ya echarán cuentas entre ellos, pensarán en las próximas elecciones. El resto de la obra; dos actos más con un interludio y 17 votos en blancos. Y mientras, el hombre del maletín se enciendo un puro y del humo una extraña figura con el resto de los incrédulos votantes del pueblo. Toda una comedia griega apta para un Festival de Teatro Clásico.