Cuando abre la ventana del salón, la luz limpia del invierno madrileño anega la estancia; ilumina las fotos de sus nietos, de su hija, de su rey; roba brillos a los viejos esmaltes de sus cámaras fotográficas de colección. Desde el sofá, desde la alcoba, desde el orejón situado junto a una antigua columna de hierro, se ven los jardines del Retiro y se asiste cada tarde a un espectáculo que regala el crepúsculo: el sol despidiéndose desde la línea del cielo de Madrid.

Angélica Campillo Alvarez acaba de preparar su mochila viajera porque está a punto de salir hacia las nieves de Vaqueira. "En verano no cojo vacaciones, prefiero descansar en invierno para poder esquiar". Si hubiera hecho caso a su padre y hubiera estudiado una carrera, ahora sería doña Angélica y viviría en el sosiego complaciente de alguna provincia. "He sido muy mal estudiante porque me entretenían mucho otras cosas".

Por ejemplo, la fotografía. Angélica se enamoró de un periodista, descubrió que tenía el don de retratar la vida, empezó a publicar fotos en periódicos y su clic prodigioso apocopó su nombre y ensanchó su biografía: doña Angélica se convirtió en Queca... En Queca Campillo.

Empieza usted a trabajar en el diario ´Pueblo´.

-- Antes había estado aprendiendo en El Correo de Zamora , adonde habían enviado a Javier Rodrigo, mi marido, como director. Después fuimos a Pueblo-Valladolid porque Emilio Romero, su director, fue el primero en hacer ediciones regionales de la prensa madrileña. Más tarde a Pueblo-Vallecas y acabé en la redacción central del periódico. En Vallecas estuve en la época anterior a la muerte de Franco. Estaba por allí el padre Llanos, un jesuita muy reivindicativo, y el ambiente era de continua manifestación. Hacía muchas fotos de grises pegando a obreros, de obreros rompiendo escaparates y ninguna pasaba la censura.

¿Cómo era Emilio Romero, el mítico director de ´Pueblo´?

-- Era muy tímido y eso le hacía parecer distante al primer golpe. Pero en cuanto te empezaba a conocer y le demostrabas algo, te paraba, te hablaba... Entonces, los directores no andaban todo el día por las redacciones como ahora. Entonces el director del periódico era Dios.

DOS MUJERES

Su etapa dorada llega con la Transición. Desde entonces cualquier buen lector de periódicos sabe quién es Queca Campillo. Los fotógrafos de ahora no son tan populares.

-- Es que éramos muy pocos. Sólo había una televisión y una agencia, Cifra Gráfica. En Madrid trabajaban más corresponsales extranjeros que periodistas nacionales. Sólo había dos mujeres fotógrafos: Marisa Flórez de El País y yo. Recuerdo que si iba a hacer el reportaje de una manifestación de izquierdas, me llamaban facha porque siempre me ha gustado vestir con estética. Pero si cubría una manifestación de derechas me decían que era una roja, que me fuera a casa a trabajar en mis labores.

¿Cómo eran aquellos personajes de la Transición en su relación con el fotógrafo?

-- Fantásticos. Esperabas al presidente a las puertas de la Moncloa, no había tantas medidas de seguridad. Yo vivía puerta con puerta con Felipe González en la calle Pez Volador y lo había visto jugando a la petanca con Alfonso Guerra. Un día llevé un juego de petanca al Congreso, les dije que si se hacían una foto y nos fuimos al Retiro a jugar mientras los fotografiaba. Luego, al llegar al gobierno los socialistas, las cosas empiezan a cambiar. Tenían un poco de miedo. Acababa de ser el golpe de Estado de Tejero. ETA empezó a ser más activa y las medidas de seguridad se reforzaron. Antes viajabas en el mismo avión que los reyes o que Adolfo Suárez. Ahora ya no.

En aquella época se empezaron a poner de moda las fotos muy creativas, el aspaviento del personaje. ¿Le gusta esa estética?

-- Eran primeros planos más de gesto. Ahora se lleva más el posado. Eso son modas. De pronto Anna Leibovitz fotografía a la actriz negra Whoopy Goldberg en una bañera llena de leche y todos los editores empiezan a pedirte fotos de ese tipo. Hubo una

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