Vivíamos en una realidad paralela y no pensábamos ni en el ruido ni en la suciedad, sólo en divertirnos", asegura Víctor Doncel, que ahora tiene 36 años. "Yo trabajaba, no era universitario, pero me unía a la fiesta igualmente y si sólo dormía dos horas, pues no pasaba nada". Este cacereño recuerda aquellas noches sin límite en que se estrenaba como veinteañero con mucha añoranza. Pero luego, más de una década después, le tocó vivir la otra cara de la moneda: "Me mudé al centro y mis vecinos eran unos estudiantes que hacían fiestas en casa a menudo. Tuve que llamar a la policía varias veces porque no me dejaban dormir y al día siguiente madrugaba. Y claro, ya no es lo mismo. Intentaba entenderlos porque yo había estado ahí, pero ya se sabe cómo son". Ahora, en la distancia, aunque siempre fue un incondicional y gran defensor del botellón n el centro, reconoce que sacarlo de la ciudad ha sido una buena idea.e

La leyenda urbana dice que esta práctica -que se considera heredera de la cultura de la 'litrona' de los años 80-- nació en Cáceres. Lo cierto es que la Plaza Mayor aguantó a varias generaciones, sobre todo de universitarios, que invadieron este enclave Patrimonio de la Humanidad cada fin de semana con sus bolsas de plástico con las que podían consumir alcohol toda la noche de manera muy económica (y evitando el garrafón de algunos bares). Sólo hacían falta 300 pesetas (porque todavía no había euros) y varios amigos para tener casi un litro de ron o whisky --lo más habitual--, dos de refresco, una bolsa de hielo y varios vasos de plástico. En aquel momento, el botellón era la mejor red social: reunía a unos 5.000 jóvenes.

La estampa cacereña de hace dos décadas se vivió de forma similar en Los Cañones de Badajoz, un parque en pleno centro de la ciudad donde estudiantes que aún no habían cumplido los 18 disfrutaban de una 'opción de ocio' nocturno que cada vez tenía más seguidores y donde se formaron parejas, ahora ya padres, que recuerdan con nostalgia --y cierta inquietud si piensan en sus hijos-- aquella época en la que beber en la calle hasta bien entrada la madrugada estaba siempre permitido en Extremadura. "Recuerdo las quejas vecinales y que el Ayuntamiento aprobó una ordenanza para multar a quien orinara en la calle porque la gente lo hacía en los soportales de la calle Zurbarán. Es cierto que se generaba mucha basura y bastante ruido: estábamos hasta las cuatro de la mañana y había grupitos incluso con guitarras y timbales. Lo bueno era que conversábamos mucho", expresa Esther Felipe, que ahora vive justo enfrente de Los Cañones y es madre de dos niños.

A finales de los 90 el botellón empezó a vivir su mejor época y surgió también con fuerza en Mérida, Plasencia, Don Benito, Villanueva de la Serena, Navalmoral de la Mata... Y llegó hasta el pueblo más pequeño de la región. La fórmula de beber barato en la calle rodeado de amigos gustaba. Pero, como era de esperar, la diversión juvenil se dio de bruces con el descanso de los vecinos, que debían aguantar esta práctica debajo de su casa.

Más allá de varias multas de unas 1.000 pesetas por miccionar en la vía pública y cierta presencia policial para evitar alguna que otra reyerta, el botellón campó a sus anchas por parques y plazas de los municipios extremeños mucho tiempo. Hasta que la presión vecinal, las quejas de los bares porque el negocio se resentía y el hecho de que muchas tiendas de conveniencia vendían alcohol a menores a cualquier hora, obligaron a la Junta a actuar.

En 2003 se lanzó la Ley de Convivencia y Ocio. El objetivo principal era garantizar el descanso de los vecinos e intentar evitar que no hubiera menores de edad en el botellón, algo bastante común.

Esta normativa planteaba que los ayuntamientos debían buscar sitios concretos donde se reunieran los jóvenes sin molestar. También incluía sanciones de entre 300 y 30.000 euros por beber en la calle.

¿Cómo se aplicó la ley? La mayor polémica estuvo en Cáceres. “Recuerdo sobre todo una noche del mes de marzo -estaba recién estrenada la normativa- que los antidisturbios fueron muy duros y hubo muchos enfrentamientos”, cuenta Álvaro Indias, de 32 años, que en aquel momento estudiaba el primer curso de Informática.

El Ayuntamiento cacereño colocó grandes carteles informativos en la Plaza Mayor y La Madrila que rezaban: “La Ley de Convivencia y Ocio de la Junta en su artículo 15 dice: No está permitido el consumo de alcohol en las vías públicas”. Pero costó mucho que los jóvenes se trasladasen a la zona del ferial, a las afueras de la ciudad: a partir de ese momento se convertía en el único lugar autorizado para consumir alcohol en la vía pública.

En Mérida el traslado fue más pacífico. Los jóvenes, acostumbrados a reunirse en el entorno del Teatro Romano o detrás de la concatedral, entre otros lugares, también tuvieron que marcharse a la zona del recinto ferial.

PROMESA DE CAMPAÑA

Algo similar ocurrió en Plasencia: el botellón se desplazó del centro al ferial, el ‘Berrocal’, donde continuó celebrándose hasta que en 2011 se prohibió definitivamente. Su erradicación era una de las promesas del programa electoral de Fernando Pizarro (PP), que ese año ganó las elecciones.

La última ciudad en dar un paso con respecto a esta ‘opción de ocio’ ha sido Badajoz. El pleno municipal del 29 de julio aprobó por unanimidad sacar el botellón del casco urbano. Hasta la fecha, en la capital pacense había tres zonas habilitadas: el Paseo Fluvial (dentro de la ciudad), los alrededores del nuevo campo de fútbol (que han sufrido numerosos desperfectos por este motivo) y el ferial. Esta última será la única autorizada a partir del 1 de septiembre.

De este modo, Badajoz se suma, varios años después, a llevarse a los jóvenes a las afueras siguiendo los pasos de las otras ciudades.

Siempre quedaran las fiestas puntuales, como Los Palomos, el Carnaval o el Womad, aunque se intente luchar contra ello. Así como los ‘minibotellones’ de barrio que surgen de vez en cuando con la llegada del buen tiempo y que la policía vigila de cerca para que no pasen de algo anecdótico y el ‘problema’ vuelva a tomar vida.

LAS CIUDADES

CÁCERES

La prohibición en la Plaza Mayor provocó que los estudiantes trasladaran esta práctica a sus propios pisos, lo que volvió a motivar las denuncias de los vecinos por no poder conciliar el sueño. No obstante, aunque el botellón tuvo gran fuerza, ha ido perdiendo numerosos seguidores. Entre otros motivos, por las abundantes ofertas de los bares de copas para no perder clientela.

BADAJOZ

El botellón en el centro provocó numerosas quejas no sólo entre los vecinos, también entre los encargados de los bares porque veían que el negocio se resentía demasiado cada fin de semana. De hecho, una vez que se prohibió y sólo se autorizaron tres lugares (Paseo Fluvial, Nuevo Vivero y la zona del ferial), empezaron a abrirse nuevos negocios en el entorno del Casco Antiguo.

MÉRIDA

Cuentan en Mérida que el párroco de la Concatedral de Santa María la Mayor, ubicada en la Plaza de España, tuvo que tapiar el acceso trasero al templo porque cada vez que llegaba el fin de semana allí se practicaba el botellón y los jóvenes acostumbraban a miccionar en esta puerta de entrada a la iglesia. Desde 2003 está prohibido beber dentro de la ciudad.

PLASENCIA

El alcalde de Plasencia, Fernando Pizarro, utilizó como argumento para prohibir definitivamente el botellón en toda la ciudad un informe elaborado por varias administraciones en el que se aseguraba que más del 70% de quienes iban a beber en la calle por esta práctica eran menores. La Policía realizó una campaña informativa y de concienciación antes de que fuese eliminado.