En estos tiempos que nos ha tocado vivir, cuando la utilidad sustituye con velocidad de vértigo a los ideales, quedará como una roca que no ha sucumbido a la moda ni a la conveniencia, un nombre de lujo para la historia de las letras extremeñas.

Nacido en marzo de 1925, por su cuna y condición fue tentado para vivir en Madrid y gozar de los privilegios que en otro tiempo han tenido los de su clase. Pero Mariano Fernández-Daza y Fernández de Córdova jamás renunció a su Extremadura por la que se afanó mucho y siempre. Tiempo habrá de seguir, con los pasos precisos, una averiguación ancha y sin tacañerías sobre la trayectoria de un hombre que se distinguió ante todo por ese afán por los libros y por llegar con su mensaje de cultura a todos los que pudo.

Social y monárquico, con amplitud de miras y definida mentalidad liberal, jugó --antes de la democracia-- muchas veces a la contra, porque jamás pensó en su comodidad, sino en los propósitos de docencia y libros que le arrebataban con una pasión poco común.

En aquella lejana Extremadura de olvidos y carencias, se adelantó abriendo el 2 de enero de 1969, la primera Escuela privada de Magisterio en España, siguiendo a otras iniciativas universitarias, siempre con pretensiones de altura intelectual. En medio de esa fecunda Tierra de Barros creó las Jornadas Enológicas, a las que siempre unía un apartado de humanidades junto a las sesiones técnicas. Conferenciante siempre preparado fue, sobre todo, laborioso bibliotecario. Nadie puede quedar insensible al acercarse a la biblioteca que él fundó, y que lleva su nombre desde 1996, al comprobar el cuidadoso afán por configurar un centro de saberes tan bien dotado, tan presto al uso de todos, abierto a investigadores, estudiantes, eruditos, curiosos y gozo para quienes buscan ese pequeño folleto, ya perdido, esa hoja volandera, ya desaparecida, y que siempre se halla en una estantería cuidada de esa Biblioteca IX Marqués de la Encomienda.

Tarea incansable, ininterrumpida, hecha en silencio, paso a paso y en soledad de monje y de soldado, por su mucha paciencia y por su espíritu batallador para lograr ese ejemplar en una librería de viejo, esa revista ya olvidada, ese libro del fondo antiguo. Todo ello ha sido su verdadero patrimonio, que no ha sido suyo sino nuestro, de todos, pues jamás privatizó lo que siendo privado puso al alcance del que lo demandara.

Apóstol de las letras en los países hispanoamericanos, donde llevaba libros que él previamente había solicitado a unos y a otros, primer bibliotecario de la Real Academia de Extremadura, que organizó, ordenó, catalogó y puso para su utilidad en el Palacio de Lorenzana, en Trujillo. En esa institución siempre mostró su estilo selecto, con amplitud de miras, siempre abierto a colaborar con los demás con ejemplar deontología académica.

Oficiando como pulcro amanuense en días y noche, sin queja alguna, logró fichar todas sus obras antes de que la informática llegara hasta nosotros.

Honesto como intelectual, jamás engañaba ni se prestaba a transigir con lo que no fuera verdadero. Entregado sin tasa a sus tareas, junto a él muchos profesores han recibido el dato precioso, la orientación para una tesis, la capacidad para despertar en el amor a la investigación.

Sin duda, cuando se hable de este tiempo nuestro en torno al mundo de las letras, se referirán a este contemporáneo como uno de los más insignes bibliófilos extremeños. El hará póquer con Bartolomé J. Gallardo, Rodríguez Moñino, y el Marqués de Jerez, si bien Mariano ensanchó su honda condición de persona con preocupación social. Llano y cercano a todos, samaritano de libros, pan de cultura, consuelo de ignorantes, apóstol de las gentes que albergaban --tras una conversación con él--, la seguridad del camino marcado.

En una charla que tuve con él hace unos años, me decía textualmente según rescato de mis notas, algo que muestra esa devoción casi sacramental que sentía por el libro, ese objeto que democratizó el saber gracias a la imprenta: "Nada como el libro, ese compendio ordenado que se puede llevar en el bolsillo, leerlo debajo de una higuera, en la consulta del dentista, sin necesidad de cables ni enchufes. No hay nada más interactivo que esas hojas encuadernadas que puedes tocar, apretar e incluso enriquecer con tus notas al margen para hacerlo más tuyo". Ese era el entendimiento mítico que Mariano Encomienda sentía por los libros, compendio singular que siempre mantiene la palabra dada.

Nuestro ilustre Ortega y Gasset escribía en ´El Sol´ en 1924: "Somos una raza desmemoriada, y mientras no nos eduquemos, todo será en vano. ¡Educación, cultura! Ahí está todo. Esa es la reforma sustancial- Los problemas de educación y cultura tienen el inconveniente de que no dan pretexto fácil al apasionamiento- Y, sin embargo, cultura, educación, serían en España todo, porque lo demás es nada". Parecía un mensaje dicho al oído para Encomienda, cuando él sólo tenía un año. Pero aprendió bien esa reflexión del filósofo y lo demostró en su obra. Todo un ejemplo al servicio de la cultura en su tierra, a la que tanto amó.