Las cofradías cacereñas del Martes Santo, con sus tallas de cuatro siglos, por fin respiraron ayer. En la iglesia de San Juan, el trasiego de los hermanos de los Ramos era continuo desde primera hora con la ilusión de poder salir tras dos años de lluvia, y de realizar por fin la ceremonia de redención de un preso, truncada por unas u otras circunstancias desde que se aprobó en el 2006. Mientras, los cofrades del Amparo recorrían los campos cacereños en busca de jara y brezo para ornamentar su paso, que logró salir el año pasado tras un fuerte aguacero y que llevaba dos sin poder hacerlo.

A las 20.30 horas la procesión de Nuestro Padre Jesús del Perdón dejó la iglesia de San Juan para enfilar hacia la Audiencia. El cortejo, con todos los detalles muy cuidados, como corresponde a la cofradía de los Ramos, fue atravesando el casco viejo con este antiguo nazareno de la escuela barroca salmantina vestido con túnica morada del taller sevillano de las Mercedes, y que presenta una iconografía de Ecce-Homo tras la supresión de la cruz. A sus pies, una exquisita ornamentación con aspidistras, liatris, liliums, cañas y llamativos anturiums. Delante, una nutrida escolta que abría la Banda Romana de los Ramos. Detrás, la Banda del Nazareno.

Esta procesión se remonta a 1953 y llegaba hasta el penal para rescatar a un preso, tradición que se recuperó hace cuatro años pero que no ha podido escenificarse por la lluvia y otros contratiempos, aunque los reos sí se liberaron. Ayer fue posible. El recluso, encarcelado por tráfico de drogas (no puede haber cometido delitos de sangre), salió de la Audiencia ya redimido y se incorporó a la comitiva con su rostro cubierto. De hecho, ni siquiera la cofradía conoce la identidad, ya que en la decisión intervienen el Tribunal Superior de Justicia de Extremadura, el juez de Vigilancia Penitenciaria y la junta de tratamiento de la prisión. La redención suele consistir en anticipar el tercer grado.

MONTAÑA ABAJO Y mientras, en la pequeña ermita de la Montaña, la cofradía más austera de la Semana Santa cacereña ultimaba los preparativos: una cruz guía realizada con un tronco de alcornoque sin pulir ni ornamentar; un solo timbal destemplado como único acompañamiento; hiedra, escoba y flores del campo a los pies del Cristo; y la tenue luz de los faroles de los hermanos de escolta...

A las once de la noche, la comitiva inició uno de los recorridos más duros, Montaña abajo, hacia Concejo, Caleros y Santiago, donde esperaba una multitud que crece cada año, y después hacia San Mateo ya por los adarves en plena madrugada. El cortejo, con rostros encapuchados, juramento de silencio, capas negras y túnicas nazarenas, fue dando lectura al Sermón de las Siete Palabras mientras llevaba a hombros al Santo Cristo del Amparo, de 1671, con su túnica nazarena sin ningún ornato y una sencilla cruz de palo.