Cada vez está más extendido el bulo de que las temperaturas superiores a los 30 grados provocan una merma considerable de la capacidad de discernimiento humano. Sólo así se puede explicar que las programaciones de todos los canales de televisión retiren cualquier atisbo de espacio reflexivo para sustituirlos por lo que se da en llamar emisiones refrescantes, una especie de anuncio de burbujas prolongado en el que, como decían los argentinos ´Les Luthiers´, el que piensa- pierde.

Las emisoras de radio no van a la zaga y en agosto reducen la producción informativa y retiran a los comentaristas de la actualidad, como si lo que sucediera en verano se comentara por sí solo o no mereciera comentarios. Las carteleras de los cines, se llenan de productos de usar y tirar e incluso una responsable de cultura de un ayuntamiento extremeño reivindicaba la necesidad de vincular la época estival con el escapismo puro y duro.

Ocurre que en este mes que parece cerrado para casi todo pueden suceder hechos como la quema de toda una región, los achaques de un gobernante caribeño o el lanzamiento de la bomba atómica. Pero tampoco pasaría nada porque no nos enteremos de lo que acontece en el mundo durante un mes. Lo que sí es grave es la invitación generalizada a la despreocupación: una cosa es usar el ocio como válvula de escape puntual y otra es hacer de los calores estivales el caldo de cultivo propicio para que la estupidez humana se propague sin límites: pensar es gratis y el mundo no está para que las neuronas se vayan de vacaciones. http://javierfigueiredo.blogspot.com.