TCtada vez que el novelista André Filberteau finalizaba una de sus obras, comentaba a su editor, tras duras disputas en el café Bronté de París, que sus historias eran pura absenta. Mucho alcohol para poder imaginarse las fábulas y mucho de inflamable para poder dar fuego a la basura de novela que había escrito. Su editor, cada fin de mes, le siguió regalando una botella de esta bebida. André murió quemado. Por dentro, destilado en su propia inventiva, y por fuera, un cigarro mal apagado con algo de esencia de trementina. Ese es el principal riesgo que corren los cuentacuentos inventados: creerse escritores. Por desgracia los políticos tienen la misma querencia. Salvo que ellos queman al resto de los mundanos con diatribas en forma de embriagador cuento. Aquí en Extremadura, la cosa escuece. Aunque hay de todo, en la región existen alcaldes, concejales, opositores y protagonistas del entertainment político que sí realizan bien su trabajo. Están los que han batallado con el mal endémico de la crisis arrimando a las empresas todas las herramientas posibles de las que disponen. Los que han asumido la crisis financiera como una lucha contra la morgue económica. Los que han sacado un proyecto de enjundias dimensiones como Extremadura Avante con fuerza e ilusión. Existen los que entran en las casas para pedir el voto durante todas las estaciones del año y hay profesionales que quieren conocer los problemas del día a día de los ciudadanos. Están incluso los que llegan a perder la vida en alguna asamblea electoral.

Giorgio Gaber decía en una de sus canciones, que darse un baño, fumar Marlboro y encontrarse el water siempre al fondo es cosa de derechas y que darse una ducha, fumar de contrabando y echar una meada en compañía es de izquierdas. Institucionalizar cada acto en época de vacas flacas debería ser de todos, ser sincero con nuestra ideología, votar y aunque nos duela la moral, confiar en la democracia de los demás resulta vital.

La historia de Filberteau es mucho más larga, quizás entre el pequeño resumen se me haya olvidado decir que su editor no sabía leer francés y que sólo le importaba la cantidad de páginas que André escribía. Quizás se me ha pasado comentar que André nunca escribió nada, que tenía un equipo de traductores de literatura sufí que pasaban a limpio y al mundo occidental los cuentos chinos. Algunos de esos cuentos, desgraciadamente, han llegado a modo de panfleto en los programas electorales de los que, por afiliación, van al baño o mean en compañía.