Las interminables relaciones entre cine y literatura llenan ya más de un siglo. Conflictivas, contestadas, inevitables, hay un cierto consenso en admitir que de grandes novelas no salen buenas películas. Ni Faulkner, ni Rulfo, ni Proust ni Joyce brillan en el cine. Gabriel García Márquez ha sido tentado en varias ocasiones para que cediera derechos de algunos de sus libros (´Cien años de soledad´ o ´El otoño del patriarca´); pero sólo consintió en el caso de ´Crónica de una muerte anunciada´, ´El amor en los tiempos del cólera´ y ´El coronel no tiene quien lo escriba´. Tampoco hay consenso sobre el alcance de esta última película, que se exhibe el domingo en Badajoz. No parece una obra maestra sino una obra de Arturo Ripstein; pero parece fuera de duda la imposibilidad de trasladar la lengua transparente, en este caso, del escritor colombiano, a la pantalla. Por eso, esta película es más Ripstein (barroca, por decirlo en un solo término) que garciamarquiana. Al cabo, el debate es algo inútil. Cine es cine y literatura es literatura.