Todo cineasta que decida filmar una tragedia basada en hechos reales, debe considerar que demasiada crudeza realista corre el riesgo de alienar a la audiencia, mientras que alejarse en exceso de lo que pasó realmente puede reducir su trabajo a un entretenimiento sentimentaloide, manipulador y esencialmente vacío. ´El último rey de Escocia´ camina sobre esta línea divisoria de forma algo renqueante. Como entretenimiento, la película es aguda e inventiva, dinámica, rítmica y, por momentos, hasta genuinamente terrorífica. Sin embargo, lo que empieza como un imaginativo estudio psicológico de la seductora naturaleza del poder político evoluciona gradualmente hacia un ´thriller´ lleno de improbabilidades y convenciones genéricas, carente de penetración o verdadera profundidad: es otra historia africana hecha por gente blanca para gente blanca.

Como muchos filmes de Hollywood que presumen de ser políticos, se detiene cuando empieza a tener verdaderas cosas que decir, más allá de ´los dictadores son malos´. Por fortuna para el filme, Forest Whitaker realiza un trabajo perfecto como dictador.

El actor se apodera del relato mostrándose con igual soltura como un bufón y como un monstruo. Humaniza a Idi Amín sin excusar su seductor poder de manipulación ni su extrema brutalidad, y se erige así en trágico modelo de toda la retahíla de dictadores africanos que le siguieron en la historia. NANDO SALVA