Hay un refrán popular que dice: "nunca es tarde si la dicha es buena". Eso debió pensar Juliana Hernández Rodríguez (Descargamaría, Cáceres, 1922), que, con 88 años, y a raíz de una iniciativa del Círculo de Bellas Artes de Madrid y del Ministerio de Cultura, se embarcó hace casi dos años en el proyecto La memoria de los cuentos. Los últimos narradores orales . Esta iniciativa recoge la sabiduría autóctona de su palra extremeñu , que se ha unido con todos los cuentos populares del país, cada uno en su lengua dialectal, y ahora editados en un libro y en un documental.

Juliana es la única portavoz extremeña sumergida en este proyecto para recuperar este género literario, recopilando todos los cuentos que han formado parte de la historia social y cultural de la vida diaria de la Sierra de Gata, de su habla y de sus giros coloquiales. Porque todos están escritos en castúo. De esta forma, esta colección ha hecho posible juntar todos estos ingredientes y saborear esta poción de elixir de cuentos en castúo contenido en la piedra filosofal de tinta y papel creada por Juliana, convertida, aunque sin quererlo, en una alquimista.

Con la emoción palpable en su rostro y mientras se escapa alguna lágrima, Juliana comenta que los cuentos se los narraban su abuela y su tía Juana y que ella siguió la costumbre reuniéndose con sus hijos y sobrinos para entretenerlos durante las calurosas noches de verano en Descargamaría.

Su sobrino Rafael Hernández fue el nexo entre el coordinador del proyecto, Antonio Rodríguez Almodóvar, y su tía Juliana, que reveló estos cuentos ancestrales. El explica que todos "tienen un sustrato común: los cuentos son los mismos en toda España" y tienen "tradición indoeuropea".

El escritor Paulo Coelho afirma en El Alquimista que "cuando una persona desea realmente algo, el universo entero conspira para que pueda realizar su sueño. Basta con aprender a escuchar los dictados del corazón y a descifrar un lenguaje que va más allá de las palabras, el que muestra aquello que los ojos no pueden ver". Esta frase resume lo que evoca este compendio de cuentos que salvaguardan un conocimiento que estaba cayendo en el olvido. Porque estas obras son el reflejo de la vida, de las relaciones entre los vecinos, así como un instrumento de enseñanza de valores para los niños, muchas veces encarnados en animales en los cuentos.

Una vida lejos de la escuela

Juliana dejó la escuela con tan solo 9 años para cuidar de sus hermanos, al morir su madre. Apenas sabía leer y escribir, aunque asegura que cada "noche repasaba las multiplicaciones". También procuró almacenar los cuentos en su memoria, que es "extraordinaria y prodigiosa", según sus familiares. Recuerda "íntegras" las narraciones e incluso quién se las contó. Pese a que lee y escribe con dificultad, sus conocimientos son "inmensos y de gran valor", algo que Juliana no llegaba a reconocer. Ella fue como en otros muchos casos, una persona iletrada, debido al abandono prematuro de la enseñanza por las duras condiciones de vida de la época. Pero si hay un tópico que desmonta este proyecto es que el pueblo llano es inculto.

Los cuentos, al igual que el cine de animación, no son un territorio vetado para determinadas edades. Todos guardan su moraleja y si algo caracterizan los cuentos aportados Juliana es que todos deben su existencia a la tradición oral, que está en peligro de extinción por la avanzada edad de los portadores.

Uno de los casos más curiosos y máximo exponente de esta aportación de Juliana es una revisión del célebre cuento de los hermanos Grimm, Los músicos de Bremen , titulado esta vez El burru vieju de Robleíllu , en el que cuatro animales -- un burru, un perru, un gatu y un gallu -- sustituyen la Baja Sajonia y la ciudad de Bremen (Alemania) por el Valle del Arrago y la capital comarcal de Gata, describiendo la arquitectura tradicional de las casas y la geografía de la sierra: la cuadra, en la planta baja; las alcobas, en la planta intermedia (sobre el ganado, ya que proporcionaba calor) y la cocina, en la planta alta (para que salga el humo entre las pizarras o las tejas).

Asimismo, otro de los cuentos es una recreación de la versión de los hermanos Grimm del famoso cuento de Caperucita roja , en esta ocasión protagonizado por Los Sieti cabritillus y el malvado lobu , que se los quiere comer.

Juliana afirma que la recopilación de la obra en el libro y el rodaje del documental fue "requetebién", sobre todo porque se grabó en su pueblo, Descargamaría, junto a su casa y rodeada de sus vecinas, recreando el ambiente de antaño. Su sobrino explica que "con la edad se ha dejado grabar", aunque se muestra convencido de que lo hizo "por nosotros", porque en la Sierra de Gata eran reticentes a ser filmados. Otra de las claves fue que todo el equipo de producción y de rodaje se integró en el pueblo. "Salíamos a tomar los vinos" y "por las noches nos reuníamos todos a cenar", generando un ambiente de complicidad que facilitó el trabajo, recuerda Rafael.

En aquel momento, como la visita la cogió "por sorpresa", a Juliana se le olvidó un cuento, El cristu benditu , y ahora presume de que tiene "más cuentos que relatar". Para ella son historias "alegres", que reflejaban su estado de ánimo, aunque sus hijos sostenían que de tanto contarlos "iban a perder la gracia". A veces se quejaban pero, al final, se sentaban a escucharla, siempre atentos y conscientes de que al final de todos los cuentos, Juliana repetía la misma frase: colorín colorao, mi cuentu se ha acabao .