"Hay que vivir. Cuando tienes las cosas, debes cogerlas y vivir la vida al máximo. No debes enfadarte, no merece la pena, hay que estar lo mejor posible y vivir en paz con la mayoría de la gente posible". Incontestable. María del Carmen Morillo imparte esta lección vital tan sencilla como tendente a ser olvidada en el día a día. Lo hace cuando habla entusiasmada sobre su labor como voluntaria en cuidados paliativos, pese a que sabe que es un ámbito del que no siempre es fácil conversar.

Así lo confirma otra voluntaria, Olimpia Lope, cuando comenta que "nos enseñan de todo en la vida, pero no nos enseñan a afrontar la muerte". Justo por ello, cree más que útil el apoyo que se puede proporcionar en esta etapa no solo al paciente (al que le puede resultar esencial en el caso de encontrarse solo), sino también a su entorno (familiares y amigos).

¿Pero cómo es ese momento en el que un voluntario llega a ayudar a una persona en la última fase de su vida? "Muy natural, toda nuestra labor es mucho más natural de lo que puede pensar alguien que no la conozca", aclara María del Carmen que, como Olimpia, es voluntaria de la Asociación Española Contra el Cáncer en Badajoz. Los cuidados paliativos no son su única área de acción , ya que también acuden, por ejemplo, a repartir café y compañía en la planta de radioterapia del Hospital Infanta Cristina de Badajoz (en la foto).

Lo que más agradecen los pacientes es la segunda parte, la compañía, que puede resultarle especialmente necesaria cuando llegan a un estado muy avanzado de la enfermedad, explican Olimpia y María del Carmen. Esta última lleva colaborando con el servicio de cuidados paliativos incluso antes de que existiera como tal. "Nos dejaron dos habitaciones en el antiguo Hospital Provincial, después ya se creó el SES (Sistema Extremeño de Salud) y empezó a constituirse este servicio".

Hoy esa iniciativa es toda una referencia que ha recibido diferentes reconocimientos, entre ellos el Premio a la Innovación en la Mejora Global de la Calidad Asistencial, concedido por el Sistema Nacional de Salud. En marcha desde el 2002 (tras las transferencias de las competencias en Sanidad), el Programa Regional de Cuidados Paliativos cuenta con ocho equipos, uno por cada área de salud, formados por un médico, un enfermero y un psicólogo.

Además, en el 2006 se puso en marcha el Plan de Voluntariado en Cuidados Paliativos, a través del cual se forma a voluntarios para que puedan apoyar a los pacientes del servicio de cuidados paliativos y a sus allegados, en caso de considerarlo estos oportuno. Ya antes existía la figura del voluntario, pero ahora más de un centenar de ellos vinculados a 16 asociaciones trabajan de forma coordinada, como detalla precisamente la encargada de esa función, María del Carmen Rodríguez.

No apto para cualquiera

Gracias a este programa, no solo se planifica y atiende mejor la demanda de este tipo de voluntariado, sino que se aporta a los que lo desarrollan los conocimientos e instrumentos precisos para hacerlo en condiciones óptimas. "No todo el mundo puede ser voluntario en cuidados paliativos", admite Rodríguez y constatan cada uno de los que aparecen en este reportaje. De hecho, el programa de voluntariado comienza por un proceso de selección, en base a una entrevista con la coordinadora, para determinar si el aspirante puede realmente convertirse en voluntario. Estar en fase de duelo o tener un problema psicológico, por ejemplo, son motivos de exclusión.

Pero el principal requisito indispensable, aparte de tener 18 años, es saber escuchar. De hecho, este es uno de los contenidos básicos del curso de voluntariado, integrado por cuatro módulos --médico, social, psicológico y espiritual--. También es preciso tener otras habilidades --como tolerancia al sufrimiento, comunicación, estabilidad emocional y personal--, pero no demasiado tiempo, únicamente entre dos y cuatro horas semanales.

Cuando participaron en esta actividad formativa, Manuel Hidalgo y María del Carmen Mejías ya sabían bastante acerca de los cuidados paliativos. Como miembros de la Pastoral de la Salud de la Archidiócesis de Mérida-Badajoz, entre otras agrupaciones cristianas, llevan muchos años atendiendo a personas mayores y enfermos terminales, a los que Manuel incluso puede dar la Comunión, como Ministro Extraordinario autorizado por el arzobispo.

Pero lejos de finalizar ahí su relación con las personas en esta situación, tanto a Manuel como a su esposa --con la que lleva viviendo más de 25 años en Mérida, pese a ser ambos de Sevilla-- les sirve como punto de partida. "A partir de ahí, empezamos a visitarles", explican detallando que desde el año pasado están formados como voluntarios en cuidados paliativos.

En calidad de tal, Manuel tiene un permiso especial para acceder al Hospital de Mérida, aunque también es habitual verle junto a María del Carmen --"juntos en lo bueno y en lo malo", bromea-- en la Residencia de Mayores El Prado. De hecho, han abandonado su costumbre de ir los domingos a la misa de la una de la tarde y tomar luego algo con los amigos, por asistir a las de las diez, en la capilla de la citada institución, y quedarse después visitando a los internos.

Como Olimpia y María del Carmen en Badajoz, así les proporcionan sobre todo "compañía" y reciben a cambio un agradecimiento que no puede medirse, por supuesto, en euros, pero muchas veces ni siquiera en palabras. "Solo con la forma en que te miran cuando llegas, te lo dicen todo", aseguran Manuel y María del Carmen. Plenamente coinciden Olimpia y Carmen, en Badajoz, que reconocen que, aunque no siempre es fácil entenderlo, es cierto que el voluntario recibe mucho más de lo que da.

Eso es algo que aún no ha podido comprobar José Luis Moreno, de Coria. Aunque está preparado para ser voluntario en cuidados paliativos como miembro de la Asociación Oncológica Extremeña (que cuenta con este tipo de colaboradores en todas las áreas de salud), justo cuando iba a atender a un primer paciente, a su esposa le diagnosticaron un cáncer. "Ahora mismo, lo siento mucho, pero me dedico exclusivamente a cuidar de mi mujer", se justifica pese a que estar o tener a un familiar en tratamiento es motivo de exclusión del programa.

Pero José Luis se muestra esperanzado de poder retomar esa labor pronto. De momento, se centra en el cuidado de su esposa con el mejor ánimo imaginable: "no queda otra, aunque a veces cueste encontrarlo, hay que tirar adelante y ser valiente". Apesadumbrado por no poder ayudar ahora a otras personas que puedan estar en peor situación que su esposa --que, según dice emocionado, "gracias a Dios va evolucionando bien"--, recuerda que hay otras muchas personas dispuestas a cumplir ese cometido.

Más de 150, según los datos del SES, que ya planea poner en marcha un nuevo curso para formar a más voluntarios. Porque, afortunadamente, hay mucha gente dispuesta a no dejar de ayudar, de la primera a la última fase de la vida. Porque así han aprendido y esa es una de sus formas de "vivir la vida al máximo".