"La verdad es que pensé que era una tontería". Así de sincera se muestra María Eugenia Durán, alumna de segundo de ESO del instituto Sáenz de Buruaga, de Mérida, cuando se le pregunta qué le pareció la idea de asistir a clases de inteligencia emocional. Todavía hoy no sabe definir del todo ese concepto, pero sí que le ha servido para mejorar su forma de expresarse y sus notas. En cuanto a la definición, Ana Orantos, consultora experta en comunicación social e inteligencia emocional, le echaría una mano con una definición bien sencilla: "Es la capacidad de relacionarte bien contigo mismo y con los demás".

Justo eso es lo que han estado entrenando los participantes del Programa Piloto de Aprendizaje Social y Emocional , que desde enero se ha desarrollado en el colegio Santiago Ramón y Cajal, de Plasencia, y los institutos Sáenz de Buruaga (Mérida), Maestro González Korreas (Jaraíz de la Vera) y San Fernando (Badajoz). El objetivo principal ha sido, según Orantos --su coordinadora--, "mejorar la comunicación entre los miembros de la comunidad educativa", o sea, que no solo se ha trabajado con los alumnos, sino también con sus padres y profesores.

Y su implicación ha sido vital en el éxito de la iniciativa. Esta es la percepción de Orantos, quien indica --a falta de los resultados definitivos, que se publicarán a finales de mes, dado que el programa está todavía activo-- que "ocho de cada diez de los estudiantes que han participado, han mejorado, y los otros dos no lo han hecho por la falta de interés de sus padres o profesores, que contagiaron a los estudiantes". No obstante, el resultado es, en su opinión, "muy positivo, por lo que espero que el año próximo podamos incorporarlo a muchos más centros educativos".

En esa percepción coinciden los participantes en el proyecto, ya sean padres, profesores o alumnos. Es el caso, por ejemplo, de José Carlos Villaverde, profesor de religión católica en el IES Sáenz de Buruaga que destaca, como mayor conocimiento adquirido, la capacidad de "saber educar la mirada". "Mirar a cada alumno, ver más allá de lo que este nos dice (con su ropa, su peinado, su forma de hablar... Esto es fundamental para mejorar el proceso de enseñanza, adaptándolo a las necesidades de cada estudiante --el que tiene más interés, el que se aburre...--".

Este tipo de habilidades las adquirieron los docentes en la primera fase del programa, durante la cual Orantos les transmitió, a través de seminarios prácticos, básicamente, las principales pautas en aprendizaje social e intelectual (expresión verbal y no verbal, capacidad de empatía. Posteriormente, les solicitó que cada uno de ellos propusiera a un estudiante para participar en el mismo proceso de entrenamiento. Como criterios, uno muy simple: "Que pensaran que a ese alumno podría irle mejor de lo que le iba".

Con esa selección de estudiantes, se formó un grupo con el que, en una segunda fase, la experta trabajó las mismas aptitudes que había entrenado en sus profesores, aunque de forma distinta --"sobre todo, con juegos y danza", indica--. Pero antes de iniciar la preparación de los jóvenes, se solicitaba el consentimiento y compromiso de sus progenitores, con los que se trabajó, de forma paralela, en la Escuela de Padres .

Escuela de Padres

Así, también de forma semanal, estos últimos se reunían para asistir a unas sesiones en las que dialogaban acerca de sus problemas y preocupaciones respecto a la educación de sus hijos --propuestos por ellos mismos y asesorados por profesores expertos en las materias abordadas-- y aprendían a utilizar la inteligencia emocional para solucionarlos. De este modo, Juana García --madre de un alumno de primero de ESO en el instituto emeritense, Paco Rueda-- ha aprendido a ponerse en el lugar de su hijo, a "entenderle y darle tiempo cuando lo necesita, no agobiarle".

En consecuencia, Juana se siente encantada con el programa, como también lo está el propio Paco que constata que sus notas han mejorado tras participar en el mismo, aparte de que se ha dado cuenta de que "es mejor estudiar que hacer otras cosas". De hecho, tanto parece haberse enganchado al sistema educativo que no le importaría ejercer en el futuro como profesor de gimnasia.

Este puede ser un buen ejemplo de los logros del proyecto, que también ha generado "mejoras en las instalaciones del instituto pacense, donde los profesores han entendido que la gente debe sentirse a gusto, o la creación de una revista en el de Mérida, para mejorar la comunicación entre docentes y alumnos", ejemplifica Orantos. Incluso ella, pese a su amplia experiencia en el campo de la inteligencia emocional, ha tenido ocasión de aprender y sorprenderse, por ejemplo, de "la implicación de algunos padres, que han seguido el programa paso a paso logrando grandes objetivos, aunque también ha ocurrido lo contrario".

Tanto es así que está convencida de que la incorporación de esta iniciativa al sistema educativo puede erradicar algunos de sus problemas más graves, como las bajas de los profesores o el absentismo de los estudiantes. Pero es la Consejería de Educación la que deberá decidir si, en base a los resultados del programa piloto, la inteligencia emocional se cuela definitivamente en las aulas extremeñas.