Doce horas de avión separan China y España. Hui Hua Zheng tenía once años cuando recorrió esa distancia por primera vez. Alguna escala por delante y unas cuantas cabezadas al asiento cruzó los kilómetros de Zhejiang hasta Cáceres siendo una niña. Su hermano tenía nueve. Los dos acudieron a la llamada de su padre que tras avatares de negocios recayó en Extremadura cuando la región apenas tenía referencias de la cultura asiática y el país empezaba a abrir los primeros negocios con siglas de oriente. Hui pertenece a esa primera generación de chinos que vive en la región.

Es la hija de Han Xiong Zheng, el pionero de pioneros. Fue el primero que llegó a Cáceres en los años 80. Los cacereños recuerdan el mítico restaurante Pekín, un emblema para la ciudad y en el una capital en plena efervescencia pudo degustar por primera vez platos orientales. Han ahora ya está jubilado pero Hui conserva la estirpe de su padre en Antonio Hurtado. Han fue el encargado de abrir camino y se convirtió en una referencia para sus vecinos que llegaban a la ciudad a cuentagotas para probar suerte en los negocios. “Él llegó solo, no conocía a nadie”, recuerda Hui. Mucho tiempo ha pasado de aquello pero agradecida reconoce su herencia. Desde que llegó hacía compatible sus horas en el colegio con el restaurante. «Había que echar una mano, había mucho trabajo», apostilla.

No era frecuente encontrar familias orientales en las calles, y menos en las clases. «Éramos los únicos del colegio», señala con nostalgia y apostilla que los centros no estaban preparados como ahora para acoger a alumnos extranjeros. «Nos sacaban de las clases con los chicos de refuerzo y ahí nos ayudaban a formarnos», sostiene con perfecto castellano, un idioma que habla con perfecta fluidez. Susurra a su cuñada unas cuantas frases en chino y asegura con firmeza por contra a la creencia común que eleva al castellano a uno de los idiomas más complejos que «no es difícil». «El inglés es más complicado”, advierte entre carcajadas mientras apunta que los tiempos para sus hijos han sido más sencillos. El mayor tiene 18 y la pequeña, 14. En la conversación con este diario ya rompe estereotipos. Lejos también de la creencia que rodea a los asiáticos en las ciencias, confiesa que su hijo estudia bellas artes y estudia guitarra. «Son malísimos en matemáticas», apostilla. La pequeña aún tiene que decidir, pero lo que está claro es que ninguno pretende heredar el restaurante. «Lo que quiero es que sean felices, quiero que hagan lo que les gusta, un trabajo es para toda la vida», concluye.

Al igual que su padre, Hui empezó a trabajar desde pequeña. Sus padres le inculcaron el espíritu del trabajo y de la firmeza del esfuerzo. No sabe cuantificar cuántas veces se fueron sus padres de vacaciones. Quizá ninguna. Es ahora jubilados cuando empiezan a disfrutar de la vida. En cualquier caso, Hui quiere romper una lanza sobre la cultura de la responsabilidad que rodea Asia. «Allí ha cambiado la realidad como aquí», mantiene y reconoce que es cierto que ese compromiso exista pero alega el futuro también ha cambiado la mentalidad oriental. “Mis padres trabajaron muy duro para que tuviéramos esto», asevera. En China las nuevas generaciones se dejan llevar por el hedonismo, pero esa evolución no dista de las generaciones pasadas en España o en Extremadura, cuando el ocio estaba limitado para muchos. Si bien es cierto, la férrea costumbre ahorrativa combate la diversión para la mayoría de los afincados en la región. «No queremos tener deudas con nadie», apostilla Hui. Por ello, como si de una gran familia se tratara, sostienen una economía personal con préstamos para que ninguno acumule deberes a nadie. En su mayoría, añade que la razón de este entramado de autogestión se debe a la falta de conocimiento del idioma a la hora de resolver cuestiones con Hacienda o los bancos.

Sea como sea, en los últimos años, España se ha convertido en un destino de negocio para muchos vecinos orientales. Según el Instituto nacional de estadística, en el país residen 200.000 chinos. En Extremadura, alrededor de 1.500, 1.000 en Badajoz y el resto en Cáceres. Muchos de los que inmigraron siguen aquí, pero otros tantos se han vuelto. «Allí tienen su círculo», argumenta. «Es más fácil para ellos vivir allí». Ella ni se plantea volver. Regresa a su hogar dos veces al año cuando puede, pero reconoce que se siente extraña. Siente cacereño, de hecho ya cuenta con la nueva nacionalidad. A sus hijos ni les gusta ir. «Cuando voy me siento como un pez fuera del agua, mi casa está en Cáceres», concluye. Lo mismo le ocurre a Dan Chen Zheng. Al igual que su prima, llegó a la capital cacereña con apenas nueve años. Él regenta un bazar en la céntrica avenida Virgen de la Montaña. Vino bajo la recomendación de su tío en el 91 y tras una vida aquí se siente más cacereño que ninguno. En el bazar trabaja con su mujer Anny, a la que conoció en Murcia durante una visita al restaurante que dirige su padre en la ciudad.

Antes de dirigir su propio negocio fue camarero y reconoce que tuvo que aprender a llevar las cuentas del bazar. Reconoce que gran parte de población china dirige restaurantes y bazares porque es lo que saben hacer. «Es preferible dedicarse a lo que uno conoce», concluye. En cualquier caso, la generación de Hui y Dan ya traspasa los bazares y los restaurantes. Generaciones cada vez más formadas y presentes en cualquier ámbito laboral.

EL ‘TURRÓN’ DE ZHENJIANG // Aunque Hui y Dan vivan a kilómetros de su casa, como cualquiera, conservan las tradiciones del hogar. Curiosamente, febrero es mes de celebración para la población china. Dan entrada al año nuevo. Dejan atrás el año del mono y dan la bienvenida al del gallo. Muchos viajan a casa. Trabajadores regresan a sus hogares como excusa para sus vacaciones. Los que se quedan en Extremadura no conservan la magnificencia de las fiestas asiáticas llenas de color y luz -en China la celebración dura dos semanas-, pero tienen hueco para despedir su nochevieja con una cena familiar.

Cada uno prepara las especialidades de su región. En esto coinciden Dan y Hui. Los dos proceden de Zhejiang, una pequeña región rural que se abastece con cultivos de arroz y de maíz y se encuentra al este del país y al sur de Shangai, una de las grandes ciudades comerciales. En concreto, en la mesa de Dan se sirve thang gao, una especie de turrón dulce elaborado con masa de arroz y rou pao, carne de cerdo especiada y cortada en tiras. Con estos dos platos y una reunión con seres queridos dan la bienvenida a la suerte del año nuevo. Al compás de la otra punta del mundo, reciben la esperanza con su liturgia particular. Vivan donde vivan.