La corbata bien, verde. El discurso también, verde. Muy verde. Verde avería. Verde y circular. Sostenible y empoderado. Y circular. Circular de la o sin canuto. Circular hasta el mareo.

El discurso del presidente de esta autonomía nuestra fue más papilla que chuletón. Un tótum revolútum. A salto de mata. Sin ligazón. Una constante ida y vuelta. Lo mismo presumía de los pantanos franquistas que, sin encomienda al diablo, presumía del oráculo informático del viejo presidente Ibarra. Sin hilo.

Probablemente un efecto no deseado, pernicioso, tal vez previsible, pero sin duda devastador, del mucho aire acondicionado. El aire le desordenó los papeles. ¡Fue eso! ¿Los llevaba numerados? ¿Tuvo acaso el amanuense digital que se los redactó la precaución de numerárselos? Así leídos, en desorden, los papeles resultaron papelón. Lo que no vende, lo escabroso, se lo llevó también el ventarrón. No faltó, por el contrario, lo facilón, por ejemplo, la referencia sostenida al 8 de marzo y al género. Nada siquiera de los casinos de la Serena. Nada más allá de lugares comunes.

Doy por supuesto que sus señorías se aburrieron a pesar de lo muy cómodamente que asientan las posaderas. El discurso resultó vacío. Las páginas, los párrafos y hasta las letras. Doy por cierto que no fue una pieza de oratoria memorable, ni siquiera para los forofos del presidente (entre los que me encuentro); pero lo peor, si es que cupiera algo peor, es que no tuvo el aire cercano, como de andariego de plaza de pueblo, que, en tiempos, permitía reconocer al orador. Ya saben, un centenario por allí, un carbonero por allá, y el consabido, me dijeron y yo les dije. Al presidente, esta vez, desde el minuto uno, parecía faltarle el oxígeno. Y la falta de oxígeno conduce a que las ideas resulten, al menos aparentemente, tartamúdicas. Si es que existen tales ideas.

Pero no todo ha de ser malo. Si el viento le hubiera ordenado las letras de otro modo todo pudiera haber sido de otro modo. Menos sostenible, menos empoderado, menos verde y menos circular. Pero mejor. El discurso, así, desordenado por la ventolera, bien pudiera haber sido también el discurso de cualquiera de los caudillos de la oposición. Sírvanos esta triste afirmación de consuelo. Bueno que no hubo una ni mala palabra, ni un reproche, ni un mal gesto. Para nadie. Bueno fue también que el orador no sufriera un ataque de apoplejía después de más de una hora leyendo sin darse la tregua de un buchito de agua (de lo que me congratulo, y, a buen seguro, se congratula toda la cámara).

Pero no es solo desorden. Es falta de rigor. Comprendo que, dado el foro, el tribuno no quisiera elevar en demasía el tenor. Pero, y no creo ser muy severo si digo que, le hubiera sido conveniente, aportar más datos, más matemática y menos obviedades. Y más siendo el último debate global de la presente legislatura.

Dice la oposición, las oposiciones, no estar de acuerdo. En realidad no se puede estar en desacuerdo con las obviedades. Y el partido, ¡qué sería de nosotros sin el partido!, se limitó a aplaudir lánguidamente. Quizás esta sea la más grave acta de acusación que se levanta contra el discurso. La propia languidez del partido.

Ni siquiera la cohetería final funcionó. Nada. O casi nada. Un batiburrillo de leyes de segunda mano, de aluvión. A solo unos meses del cierre del chiringuito parlamentario no pasan de pólvora mojada. Y dos medidas, así en frío, plausibles, pero alicortas. Más rigor y menos abalorios. Ocho guarderías gratuitas no mueven molino. Y menos después de oír lo que no queríamos oír. No, Extremadura no puede renunciar a un sistema de financiación justo. No, eso no. Lo otro pase. Pero eso no. Porque Extremadura no puede, pero España tampoco.

Dicho lo cual, esto no es nunca como empieza, sino como acaba. Hoy es el día. El presidente ha cuadrado el debate en términos, si no de hondura, sí de extrema caballerosidad. Ayer algunos le miraban ya con ojos de rapaz culebrera.