Pasan unos minutos de las 11 de la mañana. A las puertas del cementerio de Mérida se acumulan más de una decena de policías, unos con uniforme y otros de paisano, que secundan un furgón policial y acompañan a un coche fúnebre. De la furgoneta se baja un hombre esposado que sigue los pasos de un féretro. En la puerta, únicamente policías. Dentro, custodiado, la soledad de un asesino. Se trata de Antonio Izquierdo Izquierdo, que ha dejado la cárcel de Badajoz para despedir a su hermano Emilio, fallecido el martes en esa prisión.

En la memoria, la escena vivida en la localidad pacense de Puerto Hurraco el 26 de agosto de 1990, cuando ambos mataron a nueve personas e hirieron de gravedad a otras seis. Ayer, solo Antonio asistió al entierro de su hermano Emilio. Ni rastro de familiares ni amigos. Nadie. Solo el paso asustadizo de un gato por las calles del camposanto alteró la tranquilidad del lugar.

La tumba de su hermana

Sin embargo, el odio aún parece pervivir en Antonio Izquierdo, que al despedir a su hermano, enterrado junto a su hermana Angela, dice: "Te vas a los 74 años, pero hemos vengado la muerte de nuestra madre", en referencia al episodio en que su madre murió en un incendio, que se considera la causa remota del crimen, porque siempre creyeron los Izquierdo que la llama la prendieron los Cabanillas.Tras estas frías palabras, los agentes le dejan ir a visitar el nicho donde está enterrada otra de sus hermanas, Luciana. Sus pasos por las calles del camposanto son firmes y al llegar al lugar se inclina y besa la lápida.

La policía le custodia de nuevo hasta el furgón y lo traslada a la prisión de Badajoz, donde cumple una condena de 345 años.

La escena, y el cierto revuelo ante tanto dispositivo policial, no pasa desapercibida para otras personas presentes en el cementerio, que comentan de quién se trata, y una vez que Antonio Izquierdo Izquierdo abandona el lugar, proceden, esta vez sí con presencia de seres queridos, al sepelio de esa otra persona.

La historia se repite, y al igual que sucediera con Angela y Luciana, fallecidas el pasado año, nadie acudió a sus entierros.

Fueron las instigadoras de una historia de odio y rencor durante décadas, que incluso fue recogida por el director de cine Carlos Saura, no sin cierta polémica, en su película El séptimo día . Ayer, este penúltimo capítulo del horror, se escribió en la soledad del asesino con su cómplice, aunque a raíz de ese comentario en el lecho de muerte, la herida sigue abierta.