Las calles de la localidad cacereña de Valverde de la Vera volverán a ver pasar en la media noche del Jueves Santo a los Empalaos, hombres que, por una promesa o agradecimiento, hacen el Vía Crucis con un atuendo que hace que el sacrificio sea mayor, por la dureza a la que les somete el recorrido. La fiesta, declarada de Interés Turístico Nacional, que se celebra desde los tiempos de Carlos III y que ni siquiera se suspendió cuando fue prohibida en 1777, atrae a unos 15.000 visitantes, una cifra importante si se tiene en cuenta, dijo ayer en la presentación en Cáceres la alcaldesa, Nemesia González, que el pueblo tiene 650 habitantes.

A pesar de la alta afluencia de visitantes, el rito no pierde un ápice, dijo, del recogimiento propio del acto y de religiosidad, ya que el silencio que se produce cuando los Empalaos comienzan sus Vía Crucis es "asombroso". El Empalao, siempre un hombre, ya que sería imposible que una mujer llevara el atuendo, se coloca sobre sus hombros desnudos un timón de arado romano, que va sujeto mediante una soga de esparto que a su vez recorre todo su torso desnudo. De cintura para abajo viste una enagua blanca, terminada en encaje, y de la mitad de sus brazos penden un par de vilortas, con tres aros cada una que con su sonido "rompen el silencio de la noche" y avisan de la llegada de un Empalao.

Llevan a la espalda dos espadas cruzadas en forma de uve; portan también en sus brazos una toga, "símbolo del crucificado", van descalzos y llevan sobre su rostro un velo blanco sujeto por una corona de espinas. El Empalao generalmente realiza su promesa de forma intimista, "muchas veces ni sus amigos ni su familia saben que va a salir hasta un día antes", por lo que nunca se sabe con exactitud cuántos van a salir.

El rito, en realidad, no es un acto penitencial ni un sacrificio sino que es "un acto de gracias, generalmente para agradecer algún deseo cumplido".