Ninguna de las historias a las puertas del comedor cacereño parecen la misma aunque todas tengan la misma base: el desempleo, pero no exclusivamente provocado por la actual crisis. Es el caso de la de Miguel, --que prefiere no citar sus apellidos para que su familia no le reconozca--.

Su crisis empezó en el 2006 cuando su situación personal influyó de forma decisiva en su trabajo de conductor. "En solo diez meses lo perdí todo y me quedé solo. Me operaron, mi madre murió y mi mujer se fue de casa", dice compungido. Su boca transmite las palabras y sus ojos los sentimientos. Ahora va casi a diario a comer con las Hijas de la Caridad mientras intenta conseguir una pensión.

Su pasión por los coches antiguos le mantiene vivo. "Hago láminas con dibujos que luego vendo". Además, aunque tras las difíciles circunstancias del 2006 perdió a su familia, ganó otra en el comedor. Así lo afirma sonriente mientras una joven que también recibe ayuda le llama "abuelo".