Ya no está en la primera línea, pero son muchos los años que José Lillo ha pasado tras el mostrador de la tienda de bicicletas que en 1940 fundó su padre, Blas Lillo, y a la que este da nombre. Primero fue taller de reparación y después se fue transformando en el negocio que heredarían José y su hermano Juan, que la gestionaron como socios durante mucho tiempo. Ahora son las hijas de José las que han tomado el testigo asesoradas por su padre que, aunque ya está jubilado, se pasa de vez en cuando por la tienda para darles algún consejo. En esta última etapa, el más frecuente es el ánimo, dada la mala situación económica.

Con su amplísima experiencia, el José se muestra asombrado por la duración de la crisis, la "peor", asegura, que ha vivido. En ese sentido explica que las ventas se están manteniendo, pero los importes son mucho menores que los de otros tiempos. "Solo se venden las bicicletas más baratas y se recorta mucho en accesorios", explica.

Además, sobre sus cabezas se cierne ahora una nueva preocupación: la apertura de una gran superficie especializada en productos deportivos. No obstante, José confía en el futuro del negocio de sus hijas, sobre todo por el valor de la atención que proporcionan a sus clientes. "El pequeño comercio aporta trabajo de calidad y debería defenderse más", defiende.