El pasado martes se constituían las Cámaras parlamentarias nacionales, el Congreso de los Diputados y el Senado. Habían pasado ya 23 días, casi un mes, desde las elecciones generales. Eso, en un país que según muchas voces necesita urgentemente y cuanto antes un gobierno para no seguir paralizado. Y que no parece, tras el resultado electoral, que esté especialmente animado ni unánimemente dispuesto a afrontar sus problemas, por lo tanto de momento hay que seguir preguntándose si el nuevo paso por las urnas ha valido de algo.

La mayoría natural salida de las mismas, con un bloque potente de Partido Popular más Ciudadanos, ha funcionado como un buen reloj mecánico de los de toda la vida; Ana Pastor se hizo con la presidencia de la Cámara importante, la del Congreso, y sus aliados de Ciudadanos fueron premiados con una buena vicepresidencia primera.

El propio sistema de funcionamiento de esas sesiones constituyentes es ya un buen agujero por el que se pueden atisbar parte de los grandes vicios de la democracia hispánica. En particular el largo, aburrido, y en estos tiempos que exigen transparencia, improcedente mecanismo de votación secreta, con papeleta y urna.

Por culpa de eso se produjeron en la constitución de ambas Cámaras movimientos fruto de pactos y de votaciones oscuros. Ese es el problema. Después de ocho meses de pasarela electoral sumando estos dos últimos comicios generales, en los que el país exigía claridad de intenciones y afirmaciones fiables por parte de nuestros políticos, que a su vez se rasgaban las vestiduras temerosos de la abstención, al día después de echar el voto se corre el telón negro y entre bambalinas empieza inmediatamente el chalaneo.

Porque cualquiera está perfectamente legitimado para aliarse, pactar, entregar y recoger los favores que quiera, pero a la vista de todo el mundo, y eso se conseguiría con votaciones públicas, en la que sepamos perfectamente a quién ha votado cada cual, y poder confrontar con las declaraciones preelectorales para ver si eran mera táctica o, siendo menos piadosos, mentiras.

Una vez constituidas las Cámaras saltan hasta los reglamentos, esos que regulan y fueron concebidos para cumplirse. Partidos de derecha, alguno con barniz nacionalista, que solo hablaban en los tribunales y escenificaban ante los españoles principios antagónicos, están dispuestos a chalanear por poder y dinero (tener grupo parlamentario) que al fin y al cabo es casi lo único que les interesa.

La calidad democrática de España es muy, muy baja. Partiendo de la propia formación de la sociedad, a la que se desprovee desde pequeños de capacidad crítica y reflexiva, y de ejemplos a seguir; y siguiendo con unos sistemas de conformación de la opinión pública sujetos a la disciplina de la telebasura y el fútbol, manejados por unos grandes intereses de fondo plenamente autoritarios y desprovistos de cualquier conciencia social de progreso.

Tuvimos durante muchos años a un gallego, y este otro amenaza con quedarse bastante tiempo.

En el campo del centroderecha Ciudadanos parece dispuesto a buscar y obtener algún tipo de recompensa ciudadana por facilitar el gobierno que sea, y será con Rajoy, una vez visto, y no hay que culparlos del todo, que la sociedad no premia sino castiga los intentos de regeneración y modernización política. Aunque sea al precio, para ese partido, de quedar difuminado y quién sabe si eliminado en ese gran magma del Partido Popular en el que caben todos: liberales, democristianos, conservadores de toda la vida, y hasta ultraderechistas agazapados.

De aquellos partidos europeos que durante décadas de posguerra representaban ideologías definidas una a una y situadas a la derecha de la socialdemocracia, se ha pasado, sobre todo en España, a enormes grupos de intereses y no hay más.

En la izquierda el PSOE no sabe cómo reaccionar, y Podemos atraviesa un período en el que semeja, por lo menos por parte de su líder, intentar expiar los pecados de la primavera cuando se descolgó del intento renovador. Fue ese momento de primero ganar la guerra de la regeneración, y luego si acaso la de la revolución.

En el hemiciclo de la Asamblea de Extremadura por lo menos las votaciones son transparentes. En un gran plasma sale representado el hemiciclo con los diputadinos en verde, rojo o naranja. El primero, el verde, sigue dando que hablar desde el punto de vista de las actitudes que sigue adoptando cada cual ante esa propuesta de nueva economía. Prudencia, tacticismo; algo o bastante de cobardía a la hora de definirse públicamente.

Y es que no hay movimiento político, sobre todo si viene desde el Gobierno, del que no se desconfíe. En el fondo de esta España esa es la situación, que nadie se fía de nadie; ni del político, ni del policía, ni del periodista, ni del juez, ni del funcionario, ni del fontanero. A lo mejor es que no cumplimos con nuestras obligaciones.

La región ha iniciado otra guerra, la de hacerse respetar en el tratamiento a los daños por las tormentas de principios de julio. Al menos Agroseguro con sus indemnizaciones ha conseguido cierto aplauso del sector, que es el termómetro a mirar, pero ahora queda mucho más por el impacto en jornales y merma general de actividad económica (agricultores, industrias, empresas auxiliares) que durará todavía varios meses.

Venimos de perder lo que quedaba de Fuentecapala, y lo de la mina Aguablanca tampoco ha salido bien. Está anunciada la batalla del ferrocarril ¿Cuándo ganaremos alguna?