No solo no se ha conseguido frenar la sangría, sino que la pérdida es cada vez más acentuada. La comunidad vuelve a restar población. Esta vez son 7.861 extremeños menos en un año. Las últimas cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) reflejan de nuevo la evidencia de que la emigración de los jóvenes por falta de oportunidades laborales, unido a la ausencia de inmigrantes y los escasos nacimientos, están conviertiendo a la región es un tierra con cada vez más desolación.

La curva empezó a cambiar en 2011, cuando la comunidad contaba con 1.109.367 habitantes. Desde ese momento, hace siete años, la continua pérdida ha sumado ya 37.300 personas (que es casi la misma gente que vive en Plasencia). A fecha 1 de enero de 2018, la población de Extremadura es de 1.072.059 residentes (aún son datos provisionales).

Un problema que crece

Pero lo más llamativo es que en los dos últimos años el descenso demográfico ha sido aún mayor (si en 2015 el resultado negativo registrado fue de -5.219, en 2016 llegó a -7.858 y en 2017 a los ya mencionados -7.861). De manera que la despoblación, uno de los principales problemas que padece la comunidad, sigue creciendo.

Además, no solamente se aprecia en los pueblos -hay medio centenar en riesgo de desaparecer por falta de ocupantes- sino que también afecta ya a las ciudades.

Los sociólogos insisten en que el factor trabajo es determinante para analizar este contexto. Las heridas del mercado laboral provocan que jóvenes en edad de empezar a formar una familia se marchen a otras regiones u otros países, de manera que si se produjeran nuevos nacimientos, no serían en Extremadura. Y, por otra parte, la falta de ofertas de empleo ya no atraea a la población inmigrante (como si está volviendo a ocurrir en otros puntos de España).

El resultado: una sociedad cada vez más enjevecida.