Manuel Gómez Cantos es uno de esos nombres propios que dejó la guerra civil en Extremadura. Militar andaluz afincado en la región, era capitán de la Guardia Civil cuando estalló el alzamiento en julio de 1936, ocupando la jefatura del puesto de Villanueva de la Serena. Desobedeció las órdenes de sus superiores y se integró en las tropas sublevadas, aunque su capítulo en la historia viene marcado por su afán exterminador, por haber sembrado la muerte y el miedo allí por donde pasaba. Gómez Cantos es considerado por muchos como la figura de un criminal que gozó de la impunidad que le autorizaban sus galones.

Villanueva de la Serena es el inicio de una carrera militar salpicada de indisciplinas, malos tratos físicos y sangre. Allí realizó sus primeros arrestos, 60 vecinos a los que mandó a la cárcel y entre los que se incluía la corporación municipal. Pero su hoja de servicio tiene momento estelares , como cuando simuló una rendición para ametrallar a quemarropa a más de 200 milicianos republicanos.

La participación y protagonismo de Gómez Cantos en la toma de pueblos como Santa Amalia, Rena o Guadalupe, donde los fusilamientos y la represión alcanzaron cotas difícilmente imaginables, le han valido a este personaje tener un lugar propio dentro del libro Las fosas de Franco. Los republicanos que el dictador dejó en las cunetas , de Emilio Silva y Santiago Macías, fundadores de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica.

Algunos historiadores sitúan al sanguinario guardia civil en la entrada de las tropas franquistas en Badajoz y los posteriores fusilamientos en la plaza de toros. Antes de volver a Villanueva en 1938, Gómez Cantos quiso hacer su entrada triunfal con los 60 villanovenses detenidos en 1936, de los que sólo quedaban 33 y a los que hizo juicio popular en la plaza del pueblo y luego fusiló en la sierra de Yelbes, en Medellín. Hoy, algunos familiares de éstos buscan la fosa común donde fueron enterrados sus antepasados.

CRUZADA CONTRA LOS MAQUIS

Sin embargo, Gómez Cantos realizó sus más sonadas matanzas después de acabada la guerra y durante su cruzada contra los maquis. En agosto de 1942 eligió al azar a 30 vecinos de Alía a los que ajustició delante del resto de vecinos para así hacer entender su autoridad. En Castilblanco la lista fue de 90, pero el cura del pueblo frenó sus intenciones.

Tras años de servicio al régimen franquista, sería la Iglesia la que acabara con su brillante trayectoria por un error en sus formas de mandar, no permitió auxilios espirituales a los que iba a ajusticiar, tres guardias civiles de Mesas de Ibor a los que acusó de cobardes por haberse dejado tomar el pueblo por los maquis durante algunas horas.

La presión de las autoridades eclesiásticas logró procesar a Gómez Cantos, quien fue expulsado del cuerpo y condenado a prisión. Han pasado casi 60 años, sin embargo muchos extremeños no han olvidado aún los apellidos de quien durante años portó los ´galones del horror´.