Con la misma imaginación, descaro, ilusión y ganas de pasarlo bien que en ediciones anteriores, Montánchez volvió a entregarse ayer a una de las celebraciones carnavalescas que más interés despierta en la región. Un año más, cientos de vecinos de esta localidad cacereña revolvieron sus armarios para convertirse en jurramachos, personajes rocambolescos que, ataviados con todo tipo de ropas y ocultos tras una capucha de tela de saco o una máscara, se dedican a recorren las calles mofándose y burlándose de todo lo que encuentran en su camino.

Y junto a la desvergüenza de los montanchegos, la música fue de nuevo la encargada de marcar el ritmo de la fiesta. Primero con los acordes del grupo Amanecer en disco Txurry, donde a medida que fue transcurriendo la tarde fue aumentando la concurrencia de vecinos y visitantes. Allí se sucedieron los concursos, las bromas y los bailes hasta entrada la noche.

Pero el Carnaval de Montánchez no solo vive de la programación oficial. La jovialidad se contagió de calle en calle y de bar en bar, todos ellos dominados por los jurramachos y, en muchas ocasiones, sus voces en falsete o distorsionadas para evitar ser reconocidos.

El momento álgido de la jornada llegó pasadas las 21.00 horas, con el pregón inaugural y el recibimiento del pueblo a todos los jumarrachos. Entonces el color, el bullicio y el histrionismo se apoderaron primero de la plaza de España y después de las principales avenidas de la localidad hasta altas horas de la madrugada. A partir de ahí, más música --con la orquesta Pachamama en disco Txurry--, más diversión y nuevos concursos de disfraces para premiar los mejores disfraces.