Se dijo, por fin es viernes. Había quedado con su amiga Emilia para comer. Llevaban tiempo sin verse y para ella, echar un rato con Emilia, sin prisas y con ganas, era una manera de ponerse a bien con el mundo. Miró el teléfono, un mensaje, mejor media hora más tarde, comprobó que era el número de Emilia, efectivamente, le llamó la atención su nuevo "estado", unos versos de Emily Dickinson "los pies de los que vuelven a su casa/calzan unas sandalias más fáciles".

Miró el reloj, casi una hora, pensó, mejor la esperó tomándome un aperitivo. Entró en el bar, pidió algo, cogió el periódico de una esquina de la barra y empezó a hojearlo. Leyó: Tenemos que aprender a vivir juntos como hermanos o moriremos juntos como tontos. Era una cita de Martin Lutero King que había colgado en su perfil de Facebook un paisano de Léopold Sédar Senghor que se llamaba Charles.

Siguió leyendo. Charles Ndour tenía 26 años, había nacido en Joal Fadiout, la "Petite-Côte", al sureste de Dakar, y llevaba un año viviendo en Marruecos. Primero en Rabat, donde había regularizado su situación, y después en Tánger, donde se topó con el tapón. Pensó, otro de tantos. Vivía, también como tantos otros en Boukhalef, un barrio pobre de los alrededores de Tánger, la cara oculta del Aéroport Tanger-Ibn Batouta.

Avanzó unos renglones y ahí se le cayó el alma a los pies y acto seguido la cara de vergüenza. A Charles Ndour lo degollaron en Boukhalef, se desangró en una acera, solo y sin sandalias.

Lo pensó, ahora muchos evitarán decir que es un caso de racismo, otros hablarán de ajuste de cuentas, habrá también quien diga que es una consecuencia de la intolerancia del fundamentalismo religioso que crece de día en día. Es posible que todos tengan razón porque la intolerancia incita al crimen y la inquina crece con fuerza donde abunda la ambición y la miseria. A medida que pasen los días, la tinta del calamar se irá espesando y al final no se sabrá nada. Es normal, en resumidas cuentas es sólo un rifirrafe más en otra guerra de pobres.

Ella levantó los ojos del periódico, pensó, los desesperados se acumulan al otro lado de la niebla y Europa no conoce otro discurso que el de las leyes y las rayas. Al rebufo de lo uno y de lo otro se está generando una industria muy rentable. Le vino a la memoria un artículo que leyó este verano, "La lucha contra la inmigración irregular", lo firmaba el antropólogo Ruben Andersson . Iba de eso, de que los controles tal como están, no sólo son insuficientes sino que son contraproducentes.

Hace diez años se creó la agencia europea Frontex, un fracaso; en diciembre empezó a funcionar el nuevo sistema de vigilancia fronteriza de Europa, el Eurosur, y a la vista de los resultados, camino lleva de ser más de lo mismo. Mientras tanto, el negocio sigue. Son muchos los que viven de la "industria de la ilegalidad": empresas de seguridad, fuerzas del orden, organizaciones humanitarias, etc. Y, por supuesto, las redes de los traficantes, mafias, afines y asimilados.

Unos y otros seguirán invirtiendo. Unos en aparatos cada vez más precisos, sofisticados y costosos, pero igual de inútiles; y los otros, el nuevo orden. Aumentará el riesgo y se encarecerá el precio, pero de seguir así, continuará siendo más de lo mismo; eso sí, se pagará más por morir más.

Y luego está la cuestión política, se acordó de Gaddafi , el "amigo extravagante" de Aznar , el que con una mano regalaba purasangres de raza árabe y con la otra pedía 5.000 millones de euros al año para impedir que Europa fuera "negra". Cundió el ejemplo. Este verano fue la prueba, en dos días de agosto cruzaron el Estrecho más inmigrantes que en todo el año; a causa del buen tiempo, dijeron nuestras autoridades, siempre tan dispuestas a tratarnos como tontos. Es más fácil pensar que las autoridades marroquíes echaron una cabezadita para descansar un poco y matar dos pájaros de un tiro, por una parte aliviaron su tapón y por otra presionaron a las autoridades españolas, pero eso no se dijo. Tampoco que la presión surtiera efecto, pero el flujo de inmigrantes paró y cabe suponer que el otro aumentó o llegó a tiempo.

XLA MECHAx está contenida al otro lado de la niebla y la muerte de Ndour es solo un chispazo que no afecta a casi nadie. Pensó en Senghor . Soñé con un mundo de sol en la fraternidad de mis hermanos de ojos azules, y en que Ndour debió creérselo, se dijo, sin embargo nosotros seguimos blindándonos contra su hambre y ellos siguen asustándonos con sus sueños. En eso sonó el teléfono. Era Emilia . Cerró el periódico, pagó la cuenta, recogió del suelo su cara y su vergüenza, y salió a la calle. Avanzó pisando con cuidado, la acera estaba toda perdida de amor propio.