Dos mil cacereños vivían en la ciudad cuando Isabel la Católica la visitó en 1477 y se alojó en el palacio de los Golfines de Abajo. Ninguno de ellos presenció el momento en que la reina cogió aguja e hilo y remendó, puntada a puntada, el pendón de Cáceres, la enseña que trajo Alfonso IX en la conquista y conservado en el consistorio.

Tampoco se sabe que hubiera testigos entre ellos del paseo que diera la reina por la hoy Ribera del Marco, donde un humilde hortelano le ofreció una manzana y ella, en agradecimiento, le otorgó el privilegio de tomar todo el agua que quisiera para regar.

No hay documentos que verifiquen la realidad de estos hechos, sin embargo forman parte indiscutible de la leyenda popular cacereña. ¿Marcó Isabel la Católica tanto la historia de Cáceres como la leyenda dice, como para que la ciudad le rinda hoy homenaje en el quinto centenario de su muerte?

La respuesta de los historiadores cacereños no da lugar a dudas: "Marcó un antes y un después en la vida de la ciudad", asegura José Manuel Martín Cisneros, profesor de Historia y autor de, entre otros, Cáceres, en mil palabras .

"Fue el momento más importante de Cáceres", confirma Antonio Rubio Rojas, cronista oficial de la ciudad, al referirse a la visita que hizo la monarca en 1477, en la que juró los fueros de la ciudad --ley medieval que disponía la jurisdicción libre del municipio-- otorgados por el rey Alfonso IX en 1229.

Aquel juramento se recuerda hoy en una placa conmemorativa en el Arco de la Estrella, donde tuvo lugar aquel hecho histórico hace 527 años y que hoy vuelve a revivirse en un simbólico acto municipal (12.30 horas), en el que volverá a leerse el juramento.

El histórico desmoche

Pero Isabel la Católica hizo muchas más cosas por Cáceres que jurar los fueros: pacificó el territorio poniendo fin a las guerras entre los diferentes linajes de la nobleza local, inició la regulación política, fiscal y civil de la ciudad con diferentes ordenanzas, incluida la del agua, creó el escudo e incluso aportó fondos, entonces maravedíes, para sufragar la construcción del convento de San Francisco, hoy complejo cultural.

Del aquel legado real, sin duda lo más conocido y hoy toda una curiosidad turística porque cambió el perfil de la actual ciudad monumental, fue la orden de desmochar las torres en 1476. Aunque el término no es exacto, ya que la ordenanza fue de eliminar el carácter militar de los edificios cacereños, sí llevó a

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