Florinda tiene prisa y tiene alergia. Juan Antonio Pérez Mateos, un escritor y periodista extremeño, acaba de publicar su biografía y el libro se vende muy bien. Florinda se va a provincias a promocionarlo, habla con editoriales que le piden que se meta a escritora y cuente las anécdotas de su vida, prepara un proyecto para televisión y tiene prisa en su casa madrileña... Prisa y alergia.

El otro día fui al Carrefour de Cáceres y había varios anaqueles repletos de su biografía. Ayer me acerqué a buscar el libro para preparar esta entrevista y sólo quedaban dos.

-- El libro está funcionando muy bien, es un buen trabajo. Acabo de firmar en el Sant Jordi barcelonés y se vendía estupendamente, al igual que en Madrid o en Cáceres.

Cáceres, Don Benito, Extremadura...

-- Es una tierra hermosísima donde nacían dioses y siguen naciendo de vez en cuando. Lo que pasa es que a veces nace aquella píldora negra del caciquismo, del derecho de pernada. Pero como el que nace hidalgo en Extremadura, no hay otro igual en el mundo.

La píldora negra del caciquismo... Asegura usted en su biografía que en Don Benito se sentía a disgusto durante su adolescencia.

-- Sí, porque mi naturaleza no iba con aquella manera de ser ni de pensar. Pero en aquella época, era así en Extremadura y en Andalucía y yo me sentía oprimida, dolida. Yo me sentí acosada y es muy triste decirlo y hasta me da vergüenza, pero era acosada más por guapa que por pobre.

Usted quería vivir a su aire.

-- Por supuesto, siempre he sido así y sigo siéndolo porque no hago mal a nadie. Yo era liberal, pero no una prostituta ni muchísimo menos, porque si hubiera querido usar de eso, ¡madre mía!, sería millonaria y no tengo un duro. Quería vivir a mi aire, libremente, tranquila. Esas cosas no pasaban sólo en Don Benito, pero a mí me ha dolido porque era mi pueblo. Fue muy hermoso cuando José María Pagador, que fue premio Adonáis de poesía, dijo que Don Benito había dejado de ser el pueblo del crimen para convertirse en el pueblo de Florinda Chico. Yo he pregonado Don Benito en Italia, en Francia, en Méjico... Me siento orgullosa de ser de allí, pero claro, en aquella época fui acosada porque el caciquismo existió.

YO ERA UNA NIÑA MUY LISTA

Su padre, su madre...

-- Tengo muchos genes de ellos. Ella era maravillosa, él, más preparado, más culto. Yo era una niña superdotada que a los tres años leía el periódico. Cuando me puse a trabajar, me procuré una educación y una cultura. Mi padre me adoraba, se sentía orgullosa de mí. Cuando mi hermana Ana de cinco años se murió y estaba de cuerpo presente, él me pidió que abriera los ojos para verla muerta. Fue mi descubrimiento de la muerte, que me horroriza. Pero se lo disculpo a mi padre porque también me defendía cuando lo llamaba la directora de Acción Católica de Don Benito para anunciarle que me expulsaban de la asociación porque yo veía películas para mayores con reparos, que eran novelas rosas.

La infancia, los recuerdos, los olores...

-- Yo huelo a mi padre, y a mi madre, y a mi primer marido... Fíjate tú, con el daño que me hizo. Son olores que permanecen en mí. Cuando mi primer marido se fue de casa, mi hija mayor dormía conmigo y huele igual que su padre y yo le decía: Apártate. Los olores pueden conmigo.

Con su primer marido las cosas no fueron demasiado bien.

-- No, la cosa fue muy bien hasta que me abandonó. Allí no hubo amantes por mi parte ni nada de nada. Allí hubo un gran amor que he visto en muy pocas personas, una gran pasión y dos hijas. Luego se cruzó una señorita de ésas que andan por el mundo, que hay muchas, y él fue débil porque yo creo que me seguía queriendo y la prueba es que luego me pidió perdón dos o tres veces. No hubo separación, hubo abandono. Se fue y me dejó con dos niñas de ocho y trece años viviendo en una habitación realquilada. Fue muy duro aquello.

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