Se llama Florentino Escribano Ruiz, pero todo el mundo lo conoce por Tino, el cura. Llegó a Cáceres hace 23 años y su trabajo en la parroquia de Guadalupe, del barrio de Moctezuma, no ha pasado desapercibida. Quizás se deba a que, como él dice, "a veces me paso, digo las cosas a lo bestia, pero es que si no, no me hacen caso, es como un género literario para que me escuchen y cambien las mentalidades".

Siendo un niño, pasaron por su pueblo unos curas pavonianos y lo convencieron para irse a estudiar al seminario de la orden en Valladolid. Estos frailes de la congregación italiana de los hijos de María Inmaculada lo envían a estudiar a Milán. Allí se familiariza con las preocupaciones sociales de los sacerdotes de esta organización fundada por Pavoni.

Tras tres años como educador en el colegio central de la orden en Valladolid, es trasladado a Cáceres, donde los pavonianos tenían una casa en la plaza de la Concepción. Al poco tiempo, acabará siendo párroco de la iglesia Virgen de Guadalupe, que entonces estaba instalada en unos barracones del barrio de Moctezuma.

Su parroquia se había creado siguiendo un proyecto diseñado por Juan Carlos Castro Guardiola, un cura venido de Brasil. Un proyecto que usted continúa y que la ha convertido en una iglesia de referencia: alabada y criticada.

-- No queríamos ser alternativa a nadie, pero se había celebrado un concilio y queríamos que el seglar fuera activo y protagonista de la parroquia, una persona madura que tomara decisiones. Por eso aquí no pusimos las cosas clásicas que hay en otras parroquias como las cofradías o las novenas que vienen de atrás, de siglos, pero no porque estemos en contra, sino porque eso ya lo había y existían católicos que buscaban otras cosas y no las tenían.

¿Ese proyecto hubiera sido posible en parroquias más clásicas del centro de la ciudad como San Juan o Santiago?

-- No sé, sigo pensando que sí. Es cuestión de confiar en las personas que tienes a tu lado. A la iglesia hay que quitarle carga de clericalismo. La iglesia oficial ya habla de ello. Las personas no son niños que tengan que depender eternamente de los curas. La parroquia de Guadalupe no tiene detrás la historia que tiene la de San Juan, pero los feligreses han sido educados igual en las cofradías, los nazarenos, la virgen, la novena, la velita... Cambiar la mentalidad de una iglesia preconciliar a una iglesia renovada es difícil, de un cristiano metido en sus sacristías y en sus devociones a un cristiano comprometido con las realidades del mundo. Eso cuesta lo mismo aquí que en San juan.

¿Cómo encontró Cáceres cuando llegó en 1979 desde Valladolid y Milan?

-- Fue como una vuelta al pasado. Venía de experiencias educativas más abiertas, de una iglesia italiana acostumbrada a vivir en democracia, en pluralidad ideológica, de lucha y de dialéctica, no de privilegios. Y claro, llego aquí a Cáceres y me encuentro casi con un nacionalcatoliscismo y con unos católicos por los que no había pasado la idea de que estábamos en otro mundo, en otra sociedad. El obispo me encomendó la pastoral universitaria y en vez de estudiantes abiertos, entusiastas y de catolicismo renovado, me encontré con universitarios combativos a la antigua usanza: querían hacer un frente, pero no para la renovación. A mí me criticaban por cómo iba vestido, por las misas participativas y dialogantes, porque se tocaba la guitarra y yo me dije: ´¿Dónde estoy?´. Pero bueno, también me encontré con otros jóvenes que se entusiasmaron con los planteamientos renovadores de la iglesia.

PALOS AL OBISPO

¿Era usted apoyado desde el obispado?

-- Sí, sí, sí. En aquella época el obispo era don Jesús Domínguez, que venía de Andalucía y era muy abierto. A él también le dieron palos en Cáceres por su forma de hablar y comunicar. Era sociólogo, llegaba con aire renovador y una idea de iglesia que impulsara Extremadura más allá de los tópicos que la relacionaban con el pasado y lo inamovible. No tuve nunca problemas con el anterior obispo ni tampoco con el actual, Ciriaco Benavente, ni con sus equipos.

¿Cómo es este obispo?

-- Extremeño, viene de Plasencia, conoce muy bien las parroquias desde lo más cercano, a pie de obra. Es cordial y muy comprometido con la diócesis. Hizo una asamblea de curas y de ahí salieron las directrices que va siguiendo. Pero tenemos que vencer a un monstruo muy complicado: el del dinero y el bienestar a cualquier precio, el de tenerlo todo rápidamente.

¿La lucha contra ese tipo de valores no ha sido abandonada en estos años incluso por la izquierda tradicional que antes la abanderaba, no quedan sólo como quijotes un sector de la iglesia y un sector de la izquierda?

-- Muchos creen que la iglesia es todavía la de los tiempos de Franco, una iglesia de poder, apartada del mundo. Pero la iglesia está comprometida con la marginación, la droga, la vida de aquellos por quienes nadie daría dos duros, en actividades que no generan cotilleo.

Pero luego aparece Gescartera y el ecónomo, el cura Castillejo con su pensión millonaria en Córdoba...

-- Es que la gente quiere pan y circo y es con lo que se queda. En la iglesia, en la política y en cualquier institución hay gente que se salta las reglas y despierta morbo. Pero al margen de ésos, hay gente maravillosa y cosas muy buenas en la iglesia, en los partidos, en las asociaciones... Pero se vive de tópicos porque los intelectuales y los periodistas de cierta prensa no han hecho un reciclaje filosófico sobre las nuevas tendencias que mueven las estructuras sociales y están anclados en la izquierda, la derecha, lo clerical, lo anticlerical, lo agnóstico, lo ateo... ¿Cuándo nos vamos a dar cuenta de que ya no estamos ni en la modernidad ni en la posmodernidad?

¿Dónde estamos?

-- En la interculturalidad. Todo es sin fronteras. La globalización llega al pensamiento, donde hay corrientes que unen el pensamiento oriental más sosegado, disciplinado e interiorizado con el homo faber occidental creativo, dinámico y emprendedor. Es la unión del ser y el hacer. Hay minorías que hacen cooperación internacional, integración. Y eso eso no es de izquierdas ni de derechas, sino que lo tienen que asumir todos los partidos políticos, que también están en crisis. Y ahí, la iglesia está abriendo nuevos caminos.

¿Usted habla de la vanguardia de la iglesia, pero parece como si la iglesia oficial fuera más conservadora?-- Desde fuera se ve así y desde dentro también lo vemos así. Nuestra conferencia episcopal es fruto de su época, son personas muy mayores que tienen la sabiduría y el pondus específico para ir con pies de plomo y equilibrio. Dan unas reflexiones muy dignas y unos documentos fantásticos, pero falta la práctica, concretar a pie de tierra. Tampoco te impiden que hagas cosas, pero tienen cierto miedo a dejar que los seglares, los laicos católicos tomen iniciativas. Todavía lo quieren controlar todo: ¡Cuidado, peligro! ¿Está detrás la iglesia oficial, no lo está? ¿Ha cambiado Cáceres?-- Cáceres no ha realizado aún el cambio social, mental, estructural e ideológico que genere una ilusión de futuro. Aún se ve una mentalidad poco emprendedora, poco arriesgada. Todavía vivimos con un complejo de inferioridad: a ver qué nos dan, a ver qué nos dicen, a ver qué hacen en otros sitios. Seguimos siendo dependientes y nuestros políticos tampoco nos enseñan a ser emprendedores. Creo que los de Badajoz chillan más, pillan más, se movilizan más, son más puñeteros en el mejor sentido de la palabra. Aquí en Cáceres podríamos unirnos a Plasencia, que tiene enormes posibilidades, para hacer proyectos comunes, pero no, no se nos ocurre unirnos ni manifestarnos.