Está 24 horas pendiente de su marido, duerme a duras penas, le da de comer, le viste y asea, y sólo está más tranquila cuando está siendo tratado, durante ocho horas, en un centro de día de Mérida. Este es el perfil de un día habitual en la vida de Antonia Blanco, vicepresidenta de la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer y otras Demencias de la Comarca de Mérida. Su marido, de 72 años, lleva catorce enfermo, "con unas fases que pasa mejor y otras peor, y empezamos otra vez con lo mismo, es un continuo sufrimiento".

Su testimonio sirve como ejemplo de lo que sufren los familiares de 15.000 enfermos extremeños, aunque hay muchos más que no están reconocidos como tales porque desconocen que tienen Alzheimer.

Todo empezó...

El marido de Antonia, como en la mayoría de los casos, comenzó progresivamente a perder la memoria y la orientación temporal y espacial. "Un día empezó haciendo cosas raras, que no había hecho nunca y tu ves como pasa el tiempo y va a peor", comenta. Llega un momento, reitera, que "tienes que decírselo a los médicos, pero los primeros días, hasta que te dicen lo que es, fueron horrorosos".

Desde hace unos años, su marido pasa ocho horas en un centro de día de la capital extremeña, pero recuerda con pena como empezó todo y los cuidados que necesita, porque "se le olvida hasta de lavarse la cara y de llevarse la cuchara a la boca, se le vierte todo, como a los niños, son cosas rarísimas", indica, "se te quedan pensativos, mirando, esta enfermedad es horrorosa".

Pese a todo, se considera una mujer con suerte, al recibir su marido el cuidado de especialistas, pero "cuando llega a las seis de la tarde, ya no puedo salir de casa". Lo peor, dice serena, "es que sabemos que mejoría no va a tener ninguna".

Las dificultades son muchas, pero se despide sonriendo.