Atrevesamos el largo pasillo de una vivienda que respira vida desde hace más de 70 años, situada en el 52 de la calle Santa Ana, de la hospitalaria localidad de Bienvenida. Al fondo, presidiendo una mesa camilla situada en un salón-comedor, está el Marchena. Chaqueta gris, bufanda a cuadros, boina al viento. Elegante. Como lo era Pepe Marchena, brillante cantaor de flamenco español que da apodo al que hoy es el hombre más longevo de la faz de la tierra. Francisco Núñez Olivera, nacido el 4 de diciembre de 1904 en su querida Bienvenida, es el abuelo de Extremadura. Y del mundo. "¡Soy único!", exclama con alegría al vernos. Lo es extraoficialmente y lo será oficial cuando Guinnes World Records reconozca la documentación que ya analiza en sus laboratorios. Tras la muerte el pasado enero del japonés Yasutaro Koide, el Marchena ha subido a lo más alto de la lista. "Es un orgullo para todos nosotros y nos encanta que haya vivido tanto, y tan bien", precisa María Antonia Núñez, su hija. A sus 80 años, es su cuidadora habitual junto a su otra hermana viva, Milagros, de 77. Sus otros dos hijos, Manuel y Antonio, fallecieron a los 57 y 80 años, "pero él de eso ya no se acuerda", nos dice María Antonia. El Marchena es dependiente desde hace sólo cuatro años. "Hasta los 107 estaba correteando por todo el pueblo con su bastón". Se le ve físicamente conservado y su memoria funciona a chispazos, aunque las visitas le aportan "vida y lucidez". Gracias a su hermana y la compañía de Javier Rodríguez, cronista oficial de Bienvenida, hemos descascarillado partes de esos preciados recuerdos que aún guarda.

UN SUPERVIVIENTE Este siglo y pico de vida del que hablamos nació en la finca de Las Cortecillas, donde pasó niñez e infancia. Hasta su juventud, torcida por un episodio que le ha marcado a fuego: la guerra de Marruecos. El servicio militar lo destinó a Ceuta dos años. Una pesadilla. Aunque apenas puede sostener una conversación fluida, la sigue al pie de la leta. Y en la Guerra del Rif, nos corta: "Allí había mucha tela. Tuve suerte. Recorrí medio Africa con un coronel". María Antonia nos relata que sobrevivió de milagro. Aquelló, sin duda, le marcó. En reiteradas ocasiones, su poderosa voz interrumpe: "malditos moros...". Afortunadamente no le tocaron las otras guerras. En la Civil, Javier nos cuenta que Bienvenida era un territorio pacificado. Y le preguntamos a Marchena: "Depende del lado que estuviera...". Sólo fue vigilante en la vía del tren para evitar que pusieran bombas. Pero nada más.

Se casó en 1930 y tuvo una feliz vida junto a su mujer (tres años menor que él), que le dejó hace ya 28. Aún le quedan vivos dos de sus siete hermanos: Luis, de 93; y Jacoba, de 91 años. Cuatro hijos, nueve nietos y quince biznietos adornan su árbol genealógico. "Una pena que ahora los jóvenes no se casen tan pronto, sino tendría algún tataranieto", espeta María Antonia.

Vio la muerte por el balcón hace apenas tres años, cuando le diagnosticaron una infección en el único riñón que le queda. "Me dijeron que no había nada que hacer", reconoce su hija. "Pero aquí estoy", interrumpe él. Aguantó el tratamiento y, hoy en día, apenas toma un protector de estómago y una pastilla para el nivel de azúcar. Hasta los 90 no pasó por quirófano, para eliminar un riñón. Después, sólo se ha operado de cataratas. "Y nada más".

ARTE FLAMENCO Sólo una pasión ha marcado su vida. El arte de Pepe Marchena. De hecho, nos recibe y despide con armonía en su voz: "De Marchena soy, señores, y lo llevo muy a gala, porque en todas las reuniones, ¡mi fandango es el que gana!", exclama con un golpe atronador con el puño en su mesa. Pura fortaleza en vida. Ni fútbol ni política quiere ver en pintura. Es mencionar la palabra y..."de política no me hablen que los mando a hacer leches". Y eso que hace tiempo que no ve la televisión.

Bienvenida, conocida por su famosa dinastía de toreros, tiene ahora un reclamo mayor. "Mi padre le está dando mucho más al pueblo porque ahora hay más medio", insiste María Antonia. "Y en menos tiempo", recalca Javier. Nuestro cronista describe una localidad pacífica donde la cohesión social impera, algo que positiva la calidad de vida. Nos levantamos para la sesión de fotos. El movimiento le inquieta: "¿Ya os váis?", pregunta. Y es que más sabe el diablo por viejo...