Fecha y lugar de nacimiento: En la ciudad australiana de Sydney en el año 1975.

Trayectoria profesional: Autor, hasta el momento, de novelas juveniles.

Ultimo trabajo: Un `best-seller´ bienintencionado.

En la obra La ladrona de libros (Lumen/La Campana), la Muerte narra la relación de una niña con los libros y con un fugitivo judío. Lleva ocho semanas entre los más vendidos.

--¿El suyo es un homenaje a los pocos que ayudaron a las víctimas en la Alemania nazi?

--Me interesaba mucho ese tipo de gente, esos comportamientos anómalos.

--En la obra, los habitantes del pueblo saben qué ha sucedido con sus vecinos judíos, y los ven pasar camino de Dachau. ¿Es creíble el ´yo no sabía nada de lo que pasaba´ de tantos alemanes en la posguerra?

--Mi madre tenía seis años entonces, vivió estas historias y me las explicaba de niño. Ella vio como se llevaban a "judíos y otros criminales"; las marchas de presos a Dachau, con ancianos a la cola que no podían andar; la historia del personaje que da un trozo de pan a un viejo judío y acaba apaleado ante todo el pueblo es también una historia que he oído en casa. Crecí con la impresión de que, tal vez no al principio, pero que sí se sabía qué estaba pasando. Y también de que había mucho miedo.

--¿Los actos de dignidad casi suicidas eran necesarios o inútiles? El padre de la protagonista se reprocha haber dado ese trozo de pan...

--Me fascinaba la línea fina que hay entre la voluntad de ayudar y el instinto de conservación, las dudas antes de emprender estos gestos heroicos pero inútiles. Las posibilidades de salvar a una víctima eran pocas y las de acabar como ella, muchas.

--Usted hace que la Muerte, la narradora, se plantee un dilema difícil. ¿Esta gente, incluyendo los nazis fanáticos, merece morir en un bombardeo? ¿Qué opina usted?

--Es fácil decir que nadie, haya hecho lo que haya hecho, merece la muerte. Y que tan víctimas eran las del holocausto como los soldados nazis que cayeron en Stalingrado. Pero es difícil contestar. Es mejor no dar respuesta en blanco y negro.

--Teniendo en cuenta el volumen abrumador de testimonios reales y reflexiones sobre el Holocausto, ¿qué puede aportar la novela?

--La ficción y la realidad pueden tocarnos y conmovernos de maneras muy diferentes. Mi objetivo es cautivar la imaginación, no hacer pensar.

--Me explican que aquí lloraron la editora, la traductora y la correctora. Parece que sí las conmovió.

--Qué bien. Quiero decir, no que lloren, pobres, sino que haya logrado esta cercanía con los personajes.

--¿La Muerte es la narradora ideal para encontrar belleza en el horror y la destrucción?

--El libro no funcionaría igual si la narradora no fuera la Muerte. Si ella es capaz de encontrar lirismo y bondad en todo esto, es que todavía hay esperanza.

--Dicen que hay gente que ha llegado a cambiar su visión de la muerte después de leer el libro.

--Me preocupaban sobre todos los ancianos. Pero al parecer son a los que más les gusta el libro. Tienen claro que les llegará el día pronto y les atrae esa aceptación de la muerte como alguien a quien no hay que temer, delicado y tierno hasta cierto punto. Yo sí que tengo miedo a la muerte. Aunque la muerte es lo que le da el verdadero valor a la vida, solo vemos su lado negativo. Igual que con las mudanzas: todo el mundo tiene asumido que son horribles, pero a la vez también resultan emocionantes.

--Después de la mudanza se espera una casa nueva, seguro. Pero después de esa mudanza definitiva...

--Claro, las creencias religiosas exacerban o disminuyen el miedo a morir. Pero incluso en este caso existe ese miedo a lo desconocido.