Que las familias no cuenten con recursos suficientes para poder permitirse comprar carne o pescado al menos cada dos días no está directamente relacionado con que sus miembros estén en paro. Es más, muchos de ellos tienen empleo y sueldo, pero forman parte de esa nueva clase social llamada precariado: trabajadores pobres.

Profundizando en qué significa esta realidad: hay hogares donde aunque haya una nómina, no se pueden permitir el «lujo» de llevar una dieta sana, equilibrada, que incluya proteínas animales todas las semanas. En España hay más de 700.000 hogares atrapados en esta coyuntura, consecuencia de la crisis y sus huellas, que han dejado un mercado laboral que, en demasiadas ocasiones, obliga a los trabajadores a acudir a ayuda externa (servicios sociales, Cáritas, Cruz Roja...) para poder afrontar todas las facturas, para cubrir necesidades básicas del día a día.

La Encuesta de Condiciones de Vida del INE revela que, efectivamente, 701.860 de los 18,47 millones de hogares del país (el 3,8%) sufren esa carencia nutritiva por no disponer de dinero suficiente para adquirir esos productos.

Su alimentación está por debajo de las recomendaciones que hace la propia Organización Mundial de la Salud (OMS). REDACCIÓN