Se acabó, ya no aguanto más, tengo que denunciarle". Esto es lo que un día, tras 11 años de calvario, de insultos, voces y palizas, pensó Carmen, una de las muchas víctimas de la violencia doméstica con el valor y el coraje suficiente como para plantarle cara.

Aunque su verdadero nombre no es Carmen. Ella prefiere seguir ocultándolo porque no se fía. Al fin y al cabo, la reinserción nunca puede ser total cuando sólo han pasado tres años desde que esta pacense de 43 años pusiera fin al calvario. Ahora disfruta de libertad y potencia día a día sus ganas de vivir y de luchar. Descubrió que fuera de su casa, del pequeño mundo al que le tenía sometida su marido, existía otro mundo distinto y dispuesto a ayudarla. "Mi casa era como una cárcel. Mi marido me encerraba con llaves, no me dejaba salir sola ni para comprar el pan. Todo eran celos y desconfianza", relata Carmen, desolada por el recuerdo.

El control de las salidas, la ridiculización, las humillaciones y los insultos desembocaron en bofetadas, golpes y patadas. Carmen, tres años después de haber salido de este "infierno", no consigue olvidar la primera vez que se sintió agredida por su marido y aún se entristece cuando lo recuerda: "Llevábamos un año casados. Fue en el bautizo de mi hijo, el niño lloraba y yo me aparté para darle el pecho. Al me empezó a insultar delante de los invitados y a ridicularizarme. Lo pasé fatal".

El marido de Carmen es esquizofrénico, enfermedad que ella desconocía antes de casarse y que tuvo que "aguantar" porque la familia de él le decía que era "una cruz" que Dios le había enviado y que no podía hacer nada.

Con esa cruz tuvo que vivir. Una carga que no sólo le martirizaba a ella sino también a sus hijos de tres, siete y ocho años. "Si saqué fuerzas para denunciar a mi marido fue porque ellos me lo pedían".

Así fue como un día, gracias a una amiga que le aconsejó, llamó a la Casa de la Mujer para pedir ayuda y dejar atrás esa pesada cruz.

Ahora, tras haberlo superado y haber recuperado la confianza en sí misma, asegura que de no ser por el centro de acogida no habría podido "ser libre" y agradece el apoyo que recibió allí.

Su paso por el centro le devolvió la libertad: "Mucha gente desconfía de estos espacios y tiene miedo, piensan que es como una cárcel. Para mí fue lo contrario".