Pienso que sois pocos los que leéis esta columna. Y con el título de este artículo, estos pocos puede que se conviertan en uno. Esa lectora nunca falla. Mi madre leerá este artículo se titule como se titule. Quizás por eso lo voy a escribir más para nosotros que para vosotros queridos lectores. Es fundamental hablar sobre tu muerte y prepararla. Es un tópico, pero es la única cosa de la que podemos estar seguros y es de las pocas cosas que no planificamos. Ya que tenemos que hacerlo, debemos morir bien.

Leo que una muerte cuesta de media 3.000 euros. Eso si lo solemos tener preparado. O tenemos un tétrico seguro o hemos ahorrado para ello. Por cierto yo quiero que mi cuerpo se incinere. Por si acaso, por vosotros y por mí. Y que mis cenizas las repartáis por algunos lugares. Eso os lo digo en privado. Pero eso es lo que viene después de la muerte. Quiero escribir sobre el proceso. Y lo quiero hacer porque es muy probable que tengamos una muerte lenta. Son las ventajas de la ciencia. Hay preguntas que deberían tener una respuesta hoy, porque después es tarde. Planificar tu muerte es eso. Dar respuesta:

1) ¿Necesitas tener hecho un testamento? Legalmente es bueno. Yo añado que mentalmente también.

2) ¿Quieres morir en un hospital? Yo no. Yo quiero hacerlo en mi casa y si es posible en mi cama actual.

3) ¿Has pensado en las personas que quieres que estén contigo a lo largo de tu enfermedad?. Es obvio que tu familia. Pero no hablo de eso. Ellos no podrán estar todo el día y además no saben. Será necesario contratar a enfermeros o personas que te cuiden.

4) ¿Con quién te gustaría hablar? ¿Quieres estar sólo?.

Escribiendo esto me doy cuenta que tengo que responder. De hecho voy a diseñar un ejercicio para ayudar a mis alumnos a planificar su muerte. Claro, que un buen infarto lo soluciona todo. Y tú, ¿deberías hablar más de tu muerte contigo mismo y con los demás?