Las plazas en los centros de acogida de la región se quedan muy justas con la llegada del frío y en alguna ocasión se ven obligados a colgar el cartel de completo durante estos días invernales. Eso significa que algunas personas, a las que sólo les queda esos lugares para refugiarse, tienen que buscar otro sitio donde dormir. En Badajoz, por ejemplo, las casas en ruinas de la riada o las que aún existen en el casco antiguo son una alternativa.

Pero no todos los que pasan la noche a la intemperie lo hacen por falta de plazas. En estos centros hay unas normas básicas de convivencia y la primera es la prohibición del consumo de drogas y alcohol. Y siempre hay quien prefiere un portal y un tetrabrik de vino a una cama y unas normas.

Tal es el caso de Luis Javier de la Cruz, un joven albañil de 34 años --natural de Navaconcejo-- que asegura vivir en la calle desde hace ocho meses. "Me enganché, aunque ya he salido", dice como única explicación cuando se le pregunta qué le ha llevado a esta situación. Aseguraba que su deseo era volver a su pueblo estas fechas navideñas para ver a sus hijos, una niña de 14 años y un niño de 5. Para ello esperaba una ayuda extra de su madre. "Ella está un poco harta porque he liado muchas y muy gordas, pero es la única que me sigue mandando algo". Pero su vida no parecía que iba a experimentar muchos cambios cuando se le hizo esta entrevista, el 19 de diciembre a las diez de la noche. Entonces, el termómetro que está entre el parque de Cánovas de Cáceres y Calvo Sotelo marcaba cinco grados. La cena de Luis Javier fue un cartón de vino y una bolsa de aperitivos.

Vive al día, al igual que Agustín, a secas, que es de sobra conocido en Plasencia. Este lleva años durmiendo en sus calles, las mismas que recorre de día pidiendo educadamente "una ayuda". Ha hecho de la calle su forma de vida y ni siquiera quiso acogerse en Navidad al albergue abierto por Cáritas durante el tiempo que duren las heladas nocturnas, "porque no me gusta que me pongan hora". Aunque Agustín reconoce que cada vez le cuesta más sobreponerse al frío, parece tener más vidas que un gato.

En otro tiempo fue técnico de obras muy bien remunerado, con mujer y una hija, ahora incluso ya es abuelo. Pero sus escarceos con la droga y un revés en la salud de su esposa --"la mujer de mi vida", confiesa-- hizo el resto, informa M. R. Rey.

Antonio, de Badajoz, es otro de los casos que no quieren pasar la noche en un centro de acogida. Tumbado en un banco del paseo de San Francisco relata, sin apenas abrir los ojos, algunos retazos de su historia. Una historia marcada por la soledad y el alcohol. Dice vivir en la calle desde hace dos meses, aunque por su aspecto parece llevar más tiempo deambulando por Badajoz, su ciudad, donde también reside su familia con la que no mantiene ningua relación.

Su historia comenzó, según dijo sin cambiar de postura en el banco, "cuando me quemaron la casa donde vivía, en Los Colorines". Está separado y tiene tres hijos y asegura que no pide dinero, "a veces algún cigarrillo". A sus 58 años cobra una pensión por invalidez, según dijo, "por problemas de pulmones". No acierta a aclarar qué le gustaría pedir al 2006, informa Guadalupe Leitón.

Por la calle Santa Eulalia de Mérida, el pasado 22 de diciembre a las 14.30 horas, todavía eran numerosas las personas que caminaban con bolsas llenas de compras. En medio estaba Antonio Torres, un indigente que aunque es natural de Badajoz lleva más de tres años en la capital extremeña. Para él, cada día es una lotería. En esa ocasión repartía publicidad de un restaurante "para ganar un plato de comida", pero también se le puede ver como gorrilla allá donde hay un hueco en la ciudad. Vive en la calle y duerme donde puede. El alcohol le llevó a esta situación y aunque tiene familia dice no saber nada de ella. Esta no es una Navidad distinta para él, como tampoco lo será el 2006, informa Pedro Cabecera.