«¿Cuándo vas a tener hijos?. Nunca» Una respuesta tajante e irrebatible, como el cambio social que experimenta la maternidad en la actualidad. Cada vez es más frecuente encontrar mujeres rompen la barrera que ha acorazado a un concepto incuestionable hasta ahora: ser madre. La suerte de manual de Orna Donath --Madres arrepentidas-- o las declaraciones de Samanta Villar en su último libro cuestionando el instinto maternal parecieron poner el grito en el cielo y sacar el tabú del salón, pero lo cierto es que el debate ya se estaba gestando en la calle. Y no solo cuestiona los avatares de lidiar con las criaturas, sino que incluso va más allá y pone de manifiesto algo más relevante: ser madre ya no es ni una prioridad ni una obligación.

Más allá de las cifras que sitúan a España con una de las tasas de fecundidad más baja de Europa, lo cierto es que este cambio sociológico sacude al mundo. Según un estudio del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de Barcelona, entre un 25% y un 30% de mujeres de los países occidentales nacidas a partir de los 70 no serán madres. El inglés acuña incluso un término para designar a este movimiento como NoMo -not mothers- o childfree -sin hijos-.

Silvia, Lucina y Ainara no se conocen, pero tienen dos cosas en común: las tres viven en Extremadura y las tres están convencidas de que no quieren ser madres. Son conscientes de su decisión y lo hacen por elección propia, con total autonomía. Coinciden en que nunca les ha atraído la idea. «Me parece más difícil razonar por qué ser madre que por qué no serlo», argumenta Ainara, una joven empresaria que vive en Mérida.

Es cierto que sus aspiraciones en la vida pasan de largo de los hijos, pero los ojos de la sociedad aún las miran reticentes. «La gente no se termina de creer que no quieres ser madre», resuelve Ainara. De hecho, más de un «se te va a pasar el arroz» ha tenido que escuchar Silvia. La profesora universitaria en Cáceres hace hincapié en el peso que ejerce esa presión social en la mujer a la hora de plantearse la maternidad. «La sociedad nos ha vendido que nuestro objetivo en la vida es ser madres, nos han vendido que existe un reloj biológico al que tenemos que hacerle caso porque sino nuestra vida será un caos, tenemos que tener hijos porque así tiene que ser», apunta. En algunos casos, esa misma presión del ¿Y tú para cuándo? se agudiza en casa. Ainara recuerda la insistencia continua de sus padres en este tema hasta que ella decidió darlo por zanjado. «Hace poco un familiar me dijo que era fundamental», asevera mientras no descarta entre risas que su padre le vuelva a preguntar dentro dos años. ««A las mujeres nos asumen como madres nada más nacer, es algo cultural, nos venden que tener hijos es lo máximo y cuando llegas a una edad te lo planteas, pero es que no me interesa, soy feliz sola», añade la joven que no está dispuesta a renunciar a su vida laboral y personal.

Lucina reconoce que nunca ha sentido la llamada del reloj biológico aunque, al igual que Ainara llegó a cuestionarlo cuando llegó a los 40 y acabó con la misma conclusión. «Una criatura necesita un compromiso», rebate. Al contrario, rehúsa haber sentido ese empuje social. «Siempre he sido una persona muy independiente, mi familia no ha cuestionado nada». La placentina ejerce como profesora de adolescentes y de jóvenes que estudian Formación Profesional y argumenta que «ya hay muchos niños». «Si hay algo me aporta la docencia es que hay muchos niños y hay una carencia por el tipo de vida que llevamos para prestarles la atención que necesitan». En ese sentido, lamenta que gran parte de sus alumnos repiten patrones de comportamiento de sus padres, su falta de autonomía, de conciencia crítica, en definitiva atienden al mismo prototipo de educación que han recibido sus padres. «Muy pocos despuntan del resto», afirma.

Su labor con jóvenes hace que centre su tarea docente en «hacer un cambio» para que los chicos dejen de seguir las directrices de la sociedad, «descubran su pasión y la persigan», concluye.

Normalización y libertad

En definitiva, más allá de ser madre o no, este debate parece manejar un epicentro claro: la libertad de decidir si quieres serlo o no. Sin condiciones de ningún tipo. «La mujer tiene que darse cuenta de que tiene capacidad de decidir», secunda Silvia. Al respecto destaca que la evolución es evidente pero muy lenta. «La situación ya no es igual que hace tiempo», pero advierte de que son «pasos tímidos» y lamenta que hasta el momento «cuando se visibiliza esta postura o se cuestiona algún aspecto resiste un acribillamiento mediático brutal». «Cuando dices que tener hijos es perder calidad de vida ponen el grito en el cielo cuando es una realidad evidente, es una obviedad». «Parece que hay un pacto de silencio para no hablar de la maternidad y romper el mito idealizado que lo acompaña», añade.

Silvia está convencida de que la clave está en la «normalización». «Nos va a llevar años porque hay que superar muchas barreras sociales», alerta. En este punto hace mención a la noción idealizada del amor romántico y de la propia maternidad. Apunta que «lo más difícil es no sucumbir a ningún tipo de presión», eso sí, concluye que «no ser madre no me convierte en menos mujer ni en un ser no realizado».