Manuel Pecellín Lancharro entró ayer en la Academia de Extremadura. Enhorabuena por la institución. Porque con Pecellín entra en esta insigne casa un hombre paciente, bueno y libre, esa clase de personas a las que uno le gustaría parecerse. Pecellín, sin levantar la voz y mucho menos tratar de sacar réditos por amar a Extremadura --amor que algunos enarbolan como si fuera un trofeo cobrado en una cacería--, es el maestro al que los extremeños le deben haber leído y escrito en sus márgenes y tomar referencia, uno a uno, de todos los libros de esta tierra. Y haberlo hecho, mucho antes que con paciencia de bibliógrafo, con amor de bordadora. Pecellín es ese hombre que, como el Atticus de ´Matar a un ruiseñor´, es capaz de responder con silencios sonoros las invectivas de ignorantes tratando de herirle. Es un hombre que ha llegado al territorio de la bondad. Y es libre. Dispone de ese don --la libertad-- que nunca se cosechará suficientemente. Ayer, centenares de amigos le acompañamos en la lectura de su discurso de ingreso en la Academia. Una institución que, al abrir la puerta a Pecellín, se las abre a quien encarna una de las más dignas maneras de ser extremeño.