La verdad es que yo nunca había oído decir que las patatas fritas y los mejillones fueran las comidas típicas de Bélgica. Para mí los mejillones eran de Galicia y las patatas fritas universales, y las mejores, las que hacía mi madre. Huevos fritos con patatas fritas, solía ser comida de días de ajetreo o de capricho. Cuando llegué con la intención de instalarme, lo primero que hice fue precisamente comprarme un cucurucho de patatas fritas. Y sí, estaban buenas. Luego comprobé que era cierto lo del plato nacional. Es frecuente encontrarse a alguien comiendo patatas fritas por la calle, a grupos de jóvenes intercambiándose paquetes para probar las distintas salsas, o pedir una o dos raciones para compartirlas en una comida colectiva. En muchas plazas o al borde de las carreteras hay puestos de patatas fritas. Las del chiringuito Maison Antoine, en la place Jourdan, son particularmente apreciadas y la cola a ciertas horas es continua y considerable.

Ahora leo que los propietarios de estas barracas quieren que su arte se convierta en patrimonio inmaterial de la humanidad. Han creado una asociación (unos 5.000 miembros) y avalan la solicitud con datos, el 60% de los belgas va a la freiduría una vez por mes y el 95% una vez por año. Hay mucha gente que respalda la iniciativa, que piensa que las patatas fritas son un reflejo de la cultura y el espíritu del país. La verdad es que aquí tienen su literatura, más popular que literaria, eso sí. Dicen que las inventaron unos pescadores de Namur en momentos de dificultad como sustitutos de los pescaditos fritos; no parece muy creíble, pero se dice. En Brujas, incluso, tienen hasta un museo, el 'Friet Museum' (museo de las patatas fritas).

¿Y QUE TIENEN de particular estas patatas? Para algunos es la patata en sí, una variedad llamada bintje típicamente belga. Para otros la clave está en que se fríen en dos tiempos. Los más lo achacan al hecho de que no se fríen en aceite, sino en grasa de buey no refinada; no obstante, he oído decir que en realidad es una mezcla de grasa de buey y de caballo. No lo sé, de lo que sí estoy seguro es de que estos mismos que ahora proponen convertir las patatas fritas en patrimonio inmaterial de la humanidad, hace unos años no se hubieran atrevido por miedo a hacer el ridículo; pero las mentalidades evolucionan más deprisa de lo que pensaba Le Goff cuando en su Las mentalidades. Una historia ambigua escribió aquello de que la historia de las mentalidades era la historia de la lentitud en la historia.

Nosotros también tenemos productos populares, ricos y baratos, pero los apreciamos más bien poco. Las pipas, por ejemplo, es algo muy de España. Por aquí afuera hay pocas pipas, y a veces se echan de menos. Los paseos de verano, por La Cuadrilla de Robledillo con la fresca y la bolsa de pipas, es un recuerdo que me consuela en estos nublados y fríos días de finales de otoño. O los churros. En mi pueblo, por ejemplo, lleva años viniendo un hombre un día a la semana por la tarde. Oigo decir, Mañana es martes, tenemos churros. Se instala en la plaza y la gente, como un goteo, se va dejando caer a por el envoltorio. Voy para abajo, ¿quieres que te traiga alguno? Luego puedes oír, me trajo fulanito unos churros, maté el hambre y con eso cené. Los puestos de churros forman parte de nuestra memoria colectiva como los de las castañas asadas o aquel humilde vendedor de barquillos. Sobre la figura del barquillero hay unas palabras memorables en una novela de Hidalgo Bayal , La paradoja del interventor . ¿Les suena el fado O Homem das castanhas , en la voz de Carlos do Carmo , por ejemplo?

TAMBIEN tenemos los altramuces o los membrillos, pero lo de los churros no debe extrañarles, en Bélgica hay una cadena que se llama precisamente Los Churros, p tisseries typiquement espagnoles (dulces típicamente españoles). Tiene unos cuantos locales repartidos por Bruselas y deben de tener también varios carromatos porque es frecuente encontrarlo en las fiestas populares. En su página web puede verse al primer ministro Elio Di Rupo comiéndose un churro. Efectivamente, hay otras comidas mucho menos calóricas y más saludables, unos tomates cortados por la mitad con un pellizco de sal y un chorrito de aceite, por ejemplo.

Por cierto, me dicen que este año hay muchas aceitunas, pero que las quieren pagar a veinte céntimos el kilo. Los que han recogido aceitunas en Extremadura saben el frío que hace en nuestra tierra en las mañanas de diciembre, cómo duele la rabadilla al levantarse, lo socorrida e inútil que resulta la muletilla del no compensa . Y lo peor no es lo sacrificado del oficio, sino que al estar mal pagado el producto, nos convencernos de que lo nuestro no vale porque los demás no lo aprecian. Y yo entonces me pregunto ¿Y si por una vez nos decidiéramos a cambiar las tornas y a predicar con el ejemplo? ¿Se imaginan una de estas roulottes vendiendo un gazpacho fresquito y recién hecho o unos tomates limpiamente cortados y bien servidos a la salida de las piscinas en los días de verano? ¿Por qué no? ¿Y en invierno? Bellotas con higos, turrón de pobres, me decían en la infancia. ¿Por qué no entonces unos puestecillos de bellotas asadas en la plaza Mayor de Cáceres o en las calles de Badajoz? ¿Ridículo? Sí, quizá, pero, ¿y quién dice que de aquí a unos años...?